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Nisman, Maldonado y el país chanta

Nisman y Maldonado son los ejemplos recientes de la exposición del periodismo a la modernidad líquida, a la grieta cerebral argentina y a las nuevas necesidades de consumo.

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Jueces, funcionarios, periodistas, sociedad: arrasados en un show de verdades a la carta que no busca el conocimiento, sino el espectáculo del conocimiento. | Cedoc Perfil

Chanta como sinónimo de poco serio, poco serio como sinónimo de parcial, parcial como sinónimo de superficial, superficial como sinónimo de frivolidad.  

Hay una corriente de chanterismo que atraviesa casi todos los razonamientos y casi todos los estratos sociales y profesionales. Es una corriente de pensamiento frívola, superficial, parcial y, por ende, poco seria. Poco seria en cuanto a la necesidad de entender, aunque puede resultar muy seria a la hora de entretener. Porque se trata de un esfuerzo intelectual que no tiene como objetivo el conocimiento, sino el espectáculo del conocimiento. Haciendo zapping a la noche, entre un canal de fútbol y otro de noticias, mientras con una mano se contesta un wathsapp y con la otra se sostiene una copa, entender y entretener pueden resultar lo mismo. Pero hay una diferencia abismal.

¿Los que saben, saben? Mi tío Manuel, un cura de la congregación San Vicente de Paul que llegó a Dios escapando del hambre de la posguerra española, me repetía un proverbio cristiano en su cruzada por alejarme de la soberbia adolescente de las certezas absolutas (yo le decía que me quería alejar de mis certezas para llevarme a las suyas). “¿Qué diferencia a un animal de un hombre?”, me preguntaba para responderse: “Que el animal no sabe y el hombre sabe”. ¿Y qué diferencia al hombre del sabio? Que el hombre sabe. Y el sabio sabe que no sabe”.

Jamás se imaginó que, en su afán de restarme ignorancia, con su variante socratiana del “sólo sé que no sé nada” me inoculó para siempre el virus de la duda como método de pensamiento. De ahí al periodismo hay un paso.

Como otras ciencias, el periodismo busca respuestas. Saber qué pasó, por qué. No es una ciencia exacta, aunque usa herramientas de ciencias más exactas como la matemática o la física. Es una ciencia social cuyo motor de búsqueda es metafísico y se llama duda. La genuina necesidad de saber es la que mueve a filósofos e intelectuales en general y a los periodistas en particular. Saber que no se sabe es el reconocimiento de la propia ignorancia y es el primer paso para buscar verdades. No con la utopía de encontrar respuestas para todo, sino con la convicción de que no da lo mismo intentarlo que no. Y porque, además, de tanto en tanto aparece una verdad salvadora. Con esfuerzo, a veces suerte, apelando al método de Descartes: no dar por verdadero nada que no comprobemos que lo sea, dividir cada dificultad en tantas partes como sea posible, ordenar los pensamientos desde los más simples a los más complejos, hacer las revisiones necesarias para tener la seguridad de no omitir nada.

Sin ese método, igual se pueden lograr muchísimas cosas. Ninguna que se parezca al periodismo.

La causa Nisman tiene 17 mil fojas. Pocos la leyeron, pero todos saben qué le pasó.

Show periodístico. La Argentina chanta –en el sentido de frívola, light–, es la heredera natural de dos épocas que conviven y se superponen: la posmodernidad que sobrevive desde los 90 y la hipermodernidad (esta mezcla de clichés posmos y modernos, con el kirchnerismo como máxima representación). Lo liviano es parte esencial de la sociedad del espectáculo. Lo denso es parte de una modernidad que ya fue.

El periodismo televisivo refleja bien el cambio de época. Hace tres décadas, el programa político más exitoso era el de Neustadt y Grondona y alcanzaba 30 puntos de rating. Cuatro personas hablando, una a la vez, con música de Piazzolla y dos plantas como decorado. Ya promediando los 90 incluía su cuota de show, con polémicas en vivo, celebridades y Menem conduciendo desde un sanatorio.

Hoy, programas similares sobreviven en cable con un punto. Ahora, lo más parecido a un programa de debate político en la TV abierta es aquel en el que múltiples panelistas logran arrancar ideas, desarrollarlas y concluirlas en un lapso que va entre 15 y 35… segundos.

Saben que ningún periodista, político o economista puede hilar una idea en ese tiempo, pero son conscientes de que la audiencia (la sociedad) no toleraría que tardaran más. Está claro: no se espera una idea, se espera un show. Y el show periodístico audiovisual no deja de ser un género más de esta profesión: intentar llevar todos los códigos del papel a la TV sería un error, pero hay algunos que deberían trascender a las plataformas. Como el que exige no dar por cierto nada que no tengamos fehacientemente probado. Hacerlo, se parecería mucho a una mentira. El show y y la superficialidad pueden ser contrarias a la profundidad, pero no tienen por qué ser sinónimo de mentira.

Investigaciones exprés. Lo más grave no es la superficialidad de época que se filtró en el periodismo. El mayor problema es cuando esa liviandad deviene en chanterismo informativo.   

Hoy, los periodistas estamos corridos por el minuto a minuto de la TV, radio, sitios de noticias y redes sociales. Las conclusiones no pueden esperar, la sociedad no tiene tiempo que perder, pide investigaciones instantáneas y respuestas ya. Cuando un conductor pregunta “¿Qué pasó con Nisman?”, cualquier contestación es válida, salvo la que diga: “Todavía no se sabe”. Y si la pregunta es “¿A Maldonado lo mató la Gendarmería?”, la respuesta que se espera es sí o no, y veinte segundos de explicación para dar aspecto de sustento investigativo.

Cualquiera tiene derecho a decir: “A Nisman lo mandó a matar Cristina” o “Se suicidó porque estaba avergonzado por su impresentable acusación contra la ex presidenta”, pero cuando los que hablan de manera tan asertiva son periodistas, faltan a los chequeos propios de la profesión. Ni los prestigiosos peritos que tuvieron acceso a la autopsia y a la totalidad de las pruebas se pusieron aún de acuerdo.

El expediente Nisman consta de 85 cuerpos, 17 mil fojas, más fotos, videos y documentos anexos. Imagínense 56 libros de 300 páginas en una biblioteca. Eso es lo que está investigado. Tiendo a creer que ningún colega pudo estudiarlo completo. Y temo que la mayoría de los que opinan con tanta certeza jamás haya leído una foja. Conozco periodistas que estudiaron al menos cientos de sus páginas. Son los que cuando escriben son capaces de revelar aspectos desconocidos del expediente, testimonios claves, resultados periciales o desarrollar un par de hipótesis sobre lo que pudo haber ocurrido, así, a modo de posibilidad. Pero no sienten que tengan los elementos suficientes para decir con exactitud qué pasó con el fiscal.

Algo similar ocurre con la desaparición de Santiago Maldonado. Las certezas que existen de uno y otro lado de la grieta se filtraron entre los periodistas y los llevaron a dar por probadas lo que hasta ahora son suposiciones más o menos fundadas. Desde el primer día se escuchó que lo desapareció la Gendarmería como parte de un plan estatal de represión. O que se esconde para desgastar políticamente al Gobierno. O que se murió al cruzar el río y lo enterraron los mapuches. Son aseveraciones que no admiten un potencial, ni siquiera un tal vez.

Maldonado quedó en medio de la grieta argentina, con juez, ministra y periodistas

Chanterismo. Nisman y Maldonado son los ejemplos recientes de la exposición del periodismo a la modernidad líquida, a la grieta cerebral argentina y a las nuevas necesidades de consumo.

No es un problema sólo de esta profesión. El país chanta es el del propio fiscal Nisman ignorando al toque la denuncia de Eliaschev en PERFIL sobre el acuerdo con Irán, la ministra Bullrich descartando sin más la chance de que un gendarme tuviera alguna responsabilidad en la desaparición de Maldonado, el juez Otranto anticipando en medio de su investigación que creía que el artesano se ahogó al cruzar el río. Son resoluciones rápidas, a la carta. Con alguna intencionalidad, prejuicios, cediendo a presiones sociales, temiendo dudar.

Frente a un mundo cambiante como nunca, los periodistas (los argentinos en general) atravesamos curiosamente el momento de mayores certezas de nuestra historia. Justo al revés de lo que les pasa a los científicos; que cuanto más descubren, más ignoran.

Puede que sea la respuesta instintiva frente a la inseguridad y al miedo que provoca una realidad inestable con verdades demasiado efímeras. Lo cierto es que hoy sabemos tanto que cada vez nos diferenciamos más de los animales. Y de los sabios.