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Mis amores

He leído que ahora es posible casarse en la cancha de Boca. Lo supe y, en un primer momento, me sentí fuertemente tentado.

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He leído que ahora es posible casarse en la cancha de Boca. Lo supe y, en un primer momento, me sentí fuertemente tentado. Pero entendí, apenas un instante después, que eso no era para mí, que a mí me resultaría imposible.

No me cuento entre quienes deploran el rito del casamiento, los que se niegan y a esa negativa le asignan un carácter resistente o anarquista. Siendo optativo, como ahora lo es, y no forzoso, yo decido elegirlo (las resistencias y el anarquismo, llegado el caso, los prefiero más vehementes). Me encanta ese rito del quererse, me encantan las ceremonias del amor.

Ahora bien, ¿en la cancha de Boca? La cancha de Boca es sin lugar a dudas uno de los lugares del mundo con el que me siento afectivamente más vinculado, me conmueve desde siempre el solo hecho de estar ahí. Es por eso, sin embargo, que no me resultaría propicio como escenario eventual para mis nupcias.

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¿Podría acaso prestar atención al casorio, y no distraerme pensando en el gol de cabeza de Palermo desde la mitad de la cancha, en el caño de Riquelme a Yepes, en el gol de Perotti a Ferro? Las pasiones, cuando son fuertes, precisan existir como absoluto, que no haya nada más. No pueden cruzarse, ni sumarse, ni conjugarse, ni coexistir una con otra.

Y lo cierto es que ya me casé. Me casé con Alexandra, un miércoles de 2015, en el Registro Civil que queda enfrente del Parque Centenario. Y el domingo siguiente fui a la cancha a ver a Boca. Fueron dos felicidades plenas: cada una me hizo sentir que no existía ninguna otra cosa en el mundo.