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México lindo y querido

En este lugar y a estas fechas dejo constancia de que no sé nada del tema, de que nunca he estudiado el rubro ni pienso investigarlo porque investigar me aburre a morir y entonces prefiero cruzar de vereda y dedicarme a inventar, que es una actividad altamente interesante.

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En este lugar y a estas fechas dejo constancia de que no sé nada del tema, de que nunca he estudiado el rubro ni pienso investigarlo porque investigar me aburre a morir y entonces prefiero cruzar de vereda y dedicarme a inventar, que es una actividad altamente interesante. De modo que si aquí digo algún disparate, usté disculpe estimado señor, y no se le ocurra corregirme porque estará destruyendo los andamios de mi fantasía y eso es muy feo y muy reprochable en una persona seria como usté.

Tengo que decirle, especialmente, que el corazón se me estremeció de pena frente al televisor en el cual veía temblar el suelo de México.

Y es que, sea donde sea, el espectáculo es estremecedor. Para mí, en este caso aun más porque yo amo a México. Lo amo desde niña cuando mi señora madre y varias señoras amigas corrían al cine Broadway porque daban una “del chamaco”, que era, sí, adivinó, Jorge Negrete a quien ellas amaban sin tener en cuenta el espacio ni el tiempo ni las vicisitudes de las vidas de ellas y de él. Lo amaban y hablaban interminablemente entre ellas acerca de la película que habían ido a ver. Y un día, andando el tiempo y las vidas, yo fui a México. Sí, fui, y no sólo fui sino que volví varias veces, gracias a editoriales, libros, amistades, congresos, conferencias, todo eso.

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No amé al Negrete porque, bueno, eran otros tiempos y otras generaciones, pero leí a mexicanas y mexicanos, me carteé con muchos de ellos, insistí para que se los invitara a congresos acá en este país y muchas veces tuve éxito. Y claro, yo también entré a amar a México. Les importe o no, ni poco ni mucho, al país y a sus habitantes. Amo a mi país, sí, es cierto, le juro; pero también amo a México, qué hay. Tengo muchas razones para amarlo, vea. Estuve ahí, lo recorrí, me recibió con cariño y entré a amar su historia, que es con mucho más importante y estremecedora que innumerables historias de verdad. También amé y amo su narrativa, sus escritoras y escritores, y tengo amigas que espero me recuerden con el mismo cariño con el que las recuerdo yo a ellas. Sí, de veras quiero a ese país que se despereza entre mares y se baña en sus playas y me regala su sorprendente historia y se luce con llanuras y desiertos y cimas. Y le perdono el pecado de haberse ubicado en lo que se llama el círculo de fuego que viene a ser el conjunto de suelos destinados a temblar y estremecerse a la primera de cambio que, claro, nunca es bienvenida.

¿Por qué ahí? ¿Por qué no te fuiste un poco más al sur o al oeste o adonde fuera con tal de no saberte sujeto a remezones y deslizamientos de suelos y subsuelos y cimas y valles, eh? Sí, ya sé, porque es un lugar de privilegio. Estudie usted el mapa, querida señora, y va a ver que si le hubiera tocado a usted, con bastante seguridad hubiera hecho lo mismo. Yo también. Creo entonces que podemos celebrar, usted y yo y los mexicanos todos juntos. Y cantar con el Negrete al que amaban las señoras “México lindo y querido/ si muero lejos de ti/ que digan que estoy dormida/ y que me traigan a ti”. Linda declaración de amor, ¿no? Lástima que a ella se le oponen los suelos, los movimientos secretos que tiran abajo edificios y rompen montañas y desvían los ríos…

Le decía que no sé nada de eso, no sé cómo ni por qué se producen ni me he enterado de qué es y de qué se ocupa la ciencia de los estremecimientos del suelo. Y no quiero saberlo. Feliz de mí y de los míos que vivimos en la pampa húmeda. No temblaremos, pero tampoco nos acunaremos entre dos, perdón, tres mares y nuestro suelo no será como el de ellos pero es rico y acogedor y puede mirar hacia el norte y darse cuenta de la amistad y más aun la hermandad que nos acerca, por lejos que estemos. No somos extraños, y ver temblar aquel suelo me hizo pensar en los críos que cuando son muy chicos juegan a algo que los hace tener miedo y se agarran unos a otros y tratan de reírse. Algunas veces lo consiguen y algunas otras veces no, pero siguen amigos más que amigos y dispuestos a correr por la vida mirándose y comprendiéndose. ¡Menuda fortuna la nuestra!