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Más problemas adentro que afuera para el Gobierno

La caída de la imagen presidencial, el tarifazo, la inflación que no desacelera, el portazo de Monzó, la presión sobre el dólar y las supertasas fueron los últimos ingredientes de un menú hipercalórico e indigesto para la administración macrista.

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Mauricio Macri pensativo. | Cedoc

Ante una de las semanas más complicadas para el Gobierno desde que inició su gestión, comenzaron a exponerse públicamente ciertos choques e internas que destemplan aún más los ánimos oficiales, ya algo caldeados ante este tiempo de adversidad.

La caída de la imagen presidencial (sobre todo en la clase media, como dio cuenta PERFIL el domingo pasado), el tarifazo, la inflación que no desacelera, el portazo de Monzó, la presión sobre el dólar y las supertasas fueron los últimos ingredientes de un menú hipercalórico e indigesto para la administración macrista.

Amén de los cortocircuitos bajo control con los socios de Cambiemos (radicales y la uninominal Carrió), los peores entuertos surgieron desde el corazón PRO. Las diferencias entre la Jefatura de Gabinete y la conducción del Banco Central (que para subir las tasas recurrió a Macri, “puenteando” a Peña). Los embates sobre Aranguren. Las inquinas contra Dujovne (que se acrecentarán a partir de lo que revela hoy este diario en relación con sus gastos superfluos como ministro). Apenas una breve lista de las discordias más fulgurantes.

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El primer puesto quedó de todas maneras para el anuncio de que Emilio Monzó no seguirá al frente de la Cámara de Diputados. Disgustado con Peña y Vidal al sentir que no le dan lugar como armador con juego político propio, abandona el sillón del cuarto escalón en la sucesión presidencial. Como lo deja claro la notable nota de Ezequiel Spillman en PERFIL de ayer sábado, Monzó ahora se siente “liberado”.

Detengámonos un segundo en el jefe de la Cámara baja. Ha sido clave para acordar y aprobar leyes en un espacio donde el oficialismo no tenía mayoría. Que se vaya no habla solo de sus apetencias personales, que las tiene y sobre las que volveré más adelante. Expresa también la dificultad del Gobierno de contener a algunas de sus figuras de peso, aunque acaso no las más vistosas. Monzó no es el primero (Prat-Gay, Melconian, Costantini, Sanz…) ni será el último.

De hecho, Monzó especula en privado con que otros oficialistas se sienten frustrados como él. Entre los nombres que tira figura el de un importante ministro. Y en ese mismo tren, se alienta que su destino diplomático es apenas una estación intermedia hacia el regreso a la terminal inicial, el peronismo. Otros lo ven subido al proyecto presidencial 2023 de Rodríguez Larreta.

No todas son malas para el Gobierno, claro. Todas estas tormentas podrías ser peores si enfrente tuviera un peronismo sin la crisis que afronta. Tal es su tamaño, que algunos peronistas poco racionales (kirchneristas, bah) exhiben el actual panorama como una equivalencia al preestallido delarruista de 2001, con el acompañamiento de un par de comunicadores fanáticos, exacerbados por el regreso a prisión del evasor Cristóbal López. Ideas disparatadas más vinculadas a los deseos que a la realidad.

No todo el peronismo, ciertamente, está embarcado en esos delirios. Un sector más lógico se juntó en Córdoba bajo el paraguas del gobernador Schiaretti, intentando alumbrar una opción 2019 de supervivencia que no pase por las figuras de Cristina Kirchner o Luis Barrionuevo. “Es como elegir entre Drácula y Frankenstein”, explica uno de los asistentes al cónclave mediterráneo.

Allí, no casualmente, circuló una encuesta nacional de un clásico consultor del peronismo sobre la aceptación de referentes de ese espacio. Pese a tener el mayor nivel de desconocimiento de los cinco compulsados, solo el salteño Urtubey obtenía más apoyos que rechazos. A la inversa de los casos de Cristina, Massa, Randazzo y De la Sota, los otros competidores. Difícil empresa plantear así como objetivo electoral un ballottage con Macri, aunque falte mucho tiempo.

Otro respiro para la Casa Rosada provino de un frente a veces imprevisible, como el judicial. El servicial Bonadio exculpó al jefe de la AFI y amigo presidencial, Arribas. Casación devolvió a la cárcel a los evasores Cristóbal y De Sousa, tras las curiosas excarcelaciones de los camaristas Farah y Ballestero, que ya no están.

Recibió Macri además algún gesto de distensión del presidente de la Corte Suprema. Cuando este texto vea la luz faltarán unas horas para la ruptura del silencio de Lorenzetti tras la nueva andanada de Carrió. Será con Longobardi, en CNN. Se defenderá de ella y será contemporizador con el Gobierno.

Como contó este diario, Macri ya le bajó el pulgar a Lorenzetti para su re re re re al frente de la Corte a fin de año. Pero el cortesano insiste para seguir o, al menos, influir en la sucesión. Con ese propósito, teje con Cancillería una cumbre en octubre de todas las cortes de los países miembros del G20. Este J20 sería en Buenos Aires y los costos los solventaría el presupuesto judicial. No hay puntada sin hilo.