COLUMNISTAS
EL DiA DE LOS INOCENTES

Mao, el pueblo y un Carlitos

En estas pampas de crisis perpetuas, los acontecimientos no se precipitan, se abalanzan con furia.

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A DOS PELOTAS. Carlos Tevez comienza su tercer ciclo en el club de sus amores, con la obsesión puesta en volver a ganar la Copa Libertadores. | telam

“Solo quienes abordan los problemas de manera subjetiva, unilateral y superficial, dictan presuntuosamente sus deseos no bien llegan a un nuevo lugar sin examinar la situación en su totalidad (su historia, la realidad), ni penetrar en su esencia (su naturaleza, las relaciones internas). Semejantes personas tropiezan y caen, inevitablemente”.

Mao Tse Tung (1893-1976), líder de la Revolución china desde 1949 hasta su muerte; de su escrito “Acerca de la práctica” (1937).


En estas pampas de crisis perpetuas, los acontecimientos no se precipitan, se abalanzan con furia. Tal vez por eso, no tuve tiempo de comentar nada sobre dos jóvenes que vi a fin de año y me impresionaron porque rozan y no alcanzan, en tanto humanos, la perfección.

Uno es Sergei Lomachenko, doble oro olímpico y campeón mundial de los superplumas, un zurdo que hace todo bien sobre el ring: maneja las tres distancias, tiene un jab diestro como para derrumbar puertas y combina manos con la facilidad con la que Hendrix hacía hablar a su Stratocaster blanca. Verlo boxear es todo placer.

El otro es Lautaro Martínez, un 9 de manual que define sin problemas de perfil, entra y sale con un timing asombroso, se mueve en el área con sed y astucia, tiene manejo, anticipo, cabezazo. No sería una locura llevarlo a Rusia. Le sobra.

Federico Vismara, como Boudou, abandonó el subsuelo donde sobrevivía luego de ser marginado por cada entrenador que pasó por Racing: Sava, Zielinski y Cocca. Así, entrenando con chicos, ahorró sin amor, sin dolor y con justicia, gracias a su altísimo contrato por 36 meses que, por esas cosas del destino, fue anunciado el 28 de diciembre de 2015, el Día de los Santos Inocentes. La misma simpática fecha, pero del año pasado, el equipo económico en pleno anunciaba el cambio de la meta inflacionaria para 2018: de 10 al 15%. Ni santos, ni inocentes.

—¿Señor Asch? Acá lo busca este señor chino, Tao Nestum.

Detesto que me corten cuando escribo. Levanté la vista, molesto, y me encontré escritorio por medio con un chino de cara conocida. Un hombretón de metro ochenta, frente amplia, pelo gris y largo a los costados, cejas escasas y un lunar grande debajo de la boca; vestido con un uniforme gris, cerrado hasta el cuello, dos bolsillones, pantalones anchos y alpargatas, o algo así.

—¿Cómo me llamó ese pequebú infecto? Digalé que soy泽东.

Don Mao transmite paz hasta que engrana y se pudre todo. Alguna vez lo seguí, fugazmente, cuando en su barrio vivían Otto Vargas, Altamirano, Beatriz Sarlo, René Salamanca. Linda época.

—Tranquilo, don Mao. Es un problema fonético. Antes escribíamos Mao Tse Tung, pero ahora usan Mao Zedong. De ahí la confusión. Además, hoy los jóvenes conocen más el capital chino y las fotos turísticas de la Muralla, que las historias épicas de la Gran Marcha.

Con un gesto, boca ladeada, cejas hacia arriba, leve movimiento de la cabeza, lo dijo todo. Yo estaba intrigado.

—Dígame, ¿a qué debo el honor?

—Es Tevez, Asch. Quiero la verdad. Yo no sabía nada de fútbol hasta que Paul Breitner, un fan mío con Africa look que jugaba de 3 en la Alemania campeona del mundo de 1974, me explicó todo. Sea sincero: ¿Tevez es un quinta columna del imperialismo enviado para desprestigiarnos? ¿Fue al bombo el pibe? ¡No la vio ni cuadrada en todo el año…!

Pedí un té rojo al buffet pero lo rechazó: en saquito nunca. Si Breitner, un crack, le habló de fútbol, alguno del PCR argentino lo instruyó muy bien sobre el slang porteño. Traté de conciliar.

—No se adaptó, don Mao. Nada personal. Tevez no es agente de nada. Solo un patriota de su barrio, el Fuerte Apache.

—¿No lo habrá mandado Macri para conseguir inversiones?

—Pero no…

—Pero él es macrista.

—Bueno, es cierto que dijo: “Confío plenamente en Mauricio porque él es el hombre que puede cambiar la Argentina” y posó con él. Pero fue, creo, un apoyo personal, por gratitud y fidelidad a Defensores de Macri, y también por Angel Easy que hizo lo imposible para traerlo, dos veces, y hacerle sombra al recuerdo del Enganche Melancólico. Carlitos es simple, muy naif.

—No tanto como usted, Asch. Podría ser el novio de Mariu Vidal.

—¡Eh! No me meta en líos, don Mao, que bastante tengo con llegar a fin de mes. Carlitos fracasó porque nunca entró en ritmo, se lesionó, no sintonizó con sus compañeros. Eso.

—¡Arrastraba las piernas, Asch! Cuatro goles de 16 partidos, ¿le parece? Un desastre. ¡Después nos piden inversiones! Dijo que éramos horribles, que de tan torpes pegábamos como mulas, que nos falta medio siglo para competir a nivel europeo. En la Revolución Cultural a éste lo mandaba a cosechar arroz.

—Quedó enojado.

—Por eso estoy acá. Si ahora juega bien en Boca, presentaremos una protesta diplomática oficial, y pediremos una compensación por lucro cesante y estafa moral.

—¿En serio?

—¡Pero no, Asch! No sea salame. Lo digo para desahogarme. ¿Vio qué flaquito está? En el Shanghai Shenhua parecía Ortigoza después de la cena de Navidad. El técnico Wu Jingui se agarraba la cabeza. “¿Este gordo nos dice troncos y ni la toca? ¡Yo lo mando al banco!” Lo hizo, y yo lo aplaudí. Es que soy hincha, sabe. Por eso mi furia. ¡Encima le dicen “El jugador del pueblo”! Justo a mí con esos apodos…

Nos quedamos charlando sobre historia, su encuentro con Nixon, el Pocho Lavezzi, el hombre de Tiananmen que paró los tanques en 1989, la economía mundial, los cambios en China, y este manicomio con fronteras llamado Argentina.

Nos reímos mucho, hasta que Mao inclinó su cabeza y se despidió con su saludo clásico: brazo extendido, palma abierta. Vi cómo su corpachón desaparecía rumbo al ascensor y, por alguna razón, me sentí como Tevez recién llegado a Pekín, pero acá.

A merced de un mundo desconocido, incomprensible, hostil, pero sin los 750 mil por semana en el banco, ni traductores, ni patota de amigos, ni salvatajes millonarios.

Solo, sin un yuan partido por la mitad.