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¿Machismo en el arte?

¿Es posible contribuir, a partir de las imágenes del arte, a la comprensión semántica y pragmática de las conceptualizaciones en torno al cuerpo desde los 60 hasta el presente?

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¿Es posible contribuir, a partir de las imágenes del arte, a la comprensión semántica y pragmática de las conceptualizaciones en torno al cuerpo desde los 60 hasta el presente? Nuestra hipótesis es que el cuerpo sojuzgado por la historia –tal como se expresa ya en los textos sagrados de Occidente–, el otro del cuerpo patriarcal, regulador del poder y configurador de los cuerpos sociales correctos, produjo en esos años un movimiento de liberación. En términos de representaciones, este movimiento desplegó herramientas que fueron productivas para una emancipación amplia de los cuerpos. Estas herramientas readministraron el campo de lo simbólico y dieron lugar a un proceso emancipador que continúa hasta hoy en intensa expansión. Este libro se detiene en los problemas que entre los años 60 y 80 tramaron, desde las obras de arte, una comprensión distinta del cuerpo femenino, entendido como espacio de expresión de una subjetividad en disidencia respecto de los lugares socialmente normalizados. Las representaciones del arte y las del activismo feminista interrogaron las claves del disciplinamiento del cuerpo femenino cuya contracara era el disciplinamiento del cuerpo masculino. Ante una historia de representaciones del arte muy formalizadas –más allá de las excepciones que el historiador puede siempre señalar–, irrumpen imágenes que interpelan la naturalización social e institucional de lo femenino y de lo masculino.

La historia de las imágenes que abordan el cuerpo femenino es una de las más extensas en la historia del arte. También la más consistentemente controlada –en su gran mayoría– por el hacer de artistas a los que la sociedad clasifica como varones, así como regulada por poderes (la Iglesia, el Estado, sus instituciones) que gestaron los roles de lo femenino y de lo masculino, estableciendo los límites de las sexualidades correctas y, en función de estas, sus representaciones. Desde el Antiguo Testamento la mujer es tentación y pecado: es la metáfora general de aquello que debe controlarse, reglamentarse, ordenarse. A ello se han dedicado los más sofisticados mecanismos sociales, políticos y culturales. En cierto punto, el control del cuerpo femenino replica el control social de los cuerpos en general. Desde los años 60 aquellos artistas a los que la sociedad clasificaba como mujeres elaboraron un repertorio radicalmente distinto del que primaba en la representación del cuerpo femenino. Sectores, sustancias y afectos transformaron poderosamente las iconografías del cuerpo. El caudal de experiencias a las que dieron visibilidad permitió poner en imágenes aspectos inherentes a las formas de entender el cuerpo y a los afectos de lo femenino que pusieron a disposición repertorios antes ausentes.

Desde los 60 el cuerpo importaba de maneras nuevas. Fueron muchas las formas de sentirlo y conceptualizarlo que entraron en escena. Lo específico radica en que los repertorios del feminismo artístico o los que abordaron las artistas mujeres dieron protagonismo y al mismo tiempo pusieron en jaque el concepto de unicidad biológica y afectiva del cuerpo. La apertura de los archivos de un amplio conjunto de obras hasta el presente marginadas pone en evidencia que estas inauguraron el escenario de una discusión sobre la emancipación política de los cuerpos y de las subjetividades, fenómeno que contribuyó al imaginario de la emancipación general de los cuerpos actualmente en proceso. En ese sentido, sostengo que el feminismo artístico y sus campos de acción adyacentes constituyeron la mayor transformación en la economía simbólica y política de las representaciones del arte de la segunda mitad del siglo XX. (...)

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Luego de que exposiciones monumentales como Wack! Art and the Feminist Revolution o Global Feminisms (ambas de 2007), que mapearon el feminismo global, pusieron en evidencia también la acotada presencia de artistas latinoamericanas, entendimos que era prioritario encarar el proyecto desde un abordaje situado, específico. No se trataba, desde luego, del simple acto de reunir la obra de artistas mujeres en un mismo espacio, sino de elaborar una agenda conceptual y política a partir de una selección de obras que compartieran, en amplia mayoría, su carácter marginal, tanto en contextos locales como internacionales. Nuestro objetivo central apuntaba a aquellas representaciones que habían abordado el cuerpo como objeto de una investigación específica sobre sus problematicidades, límites y potencialidades. Para desarrollarlo buscamos constituir, en primer lugar, un comité asesor –integrado por colegas con quienes habíamos colaborado en distintos proyectos a lo largo de nuestro desarrollo profesional– que funcionara como grupo de consulta y de consejo.

En 2010 esta propuesta carecía de un contexto que la hiciese deseable. La resistencia a llevarlo adelante no sólo vino de aquellos curadores y artistas que los sistemas administrativos clasifican como varones, sino también de aquellas que clasifican como mujeres. Los comentarios fueron ríspidos, incluso irónicos. Se observó que esta exposición no debía realizarse, en tanto reforzaba el cliché del machismo latinoamericano. Se dijo que el arte feminista era kitsch y carecía de interés (la aclaración estaba destinada a la obra de Judy Chicago).

Se planteó que nosotras no entendíamos qué perspectiva debíamos imprimir a la exposición, y se nos ofreció escribir un texto para el catálogo que se firmaría con un seudónimo femenino. Se sostuvo, incluso ante los datos incontestables de las estadísticas, que era cierto que había muchas menos mujeres, pero que las que brillaban eran mejores que los varones. ¿Cómo se demuestra esto? Los precios, como veremos, siguen siendo dominantemente más bajos en el caso de las artistas mujeres exitosas que de los varones que triunfan.

*Autora de Feminismo y arte latinoamericano, editorial Siglo XXI.