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La vulgaridad

En un antiguo libelo (¿Se puede pensar la política?), Alain Badiou había propuesto una serie de juegos de lenguaje a partir de las premisas: “la derecha miente”, “la izquierda dice la verdad”.

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En un antiguo libelo (¿Se puede pensar la política?), Alain Badiou había propuesto una serie de juegos de lenguaje a partir de las premisas: “la derecha miente”, “la izquierda dice la verdad”. Lo primero queda demostrado por la prepotencia de los actuales gestores de políticas públicas en Argentina.

En los últimos dos años, los indicadores correspondientes a las políticas monetaria, cambiaria y financiera han despertado la atención de los más reaccionarios economistas, que reconocen en lo que se está haciendo una variante de lo que ellos hicieron en su momento, para hundir al país en una crisis de la que todavía no hemos conseguido salir del todo. Endeudamiento, atraso cambiario, bicicleta financiera y burbuja hipotecaria (las cuotas de los hipotecados aumentarán a partir de este mes un diez por ciento, y nadie sabe si ese salto no será el primero de una serie que Europa conoció en 2008 y que puso en crisis el sistema bancario internacional).

La política tarifaria y las políticas sobre salarios y jubilaciones son indicadores suficientes para saber si una gestión se ha comprometido verdaderamente con los “objetivos de desarrollo sostenible” propuestos por la ONU en septiembre de 2015 o si adhiere a ellos retóricamente.

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En los últimos dos años, el poder adquisitivo de la población en Argentina ha disminuido, tanto por los desorbitados aumentos de tarifas públicas como por la licuación de los aumentos conseguidos en paritarias a través de la inflación. Con eso alcanza para determinar si un gobierno miente o no en la adhesión al “fin de la pobreza”, el “hambre cero” y la “educación de calidad” (ONU).

En las últimas semanas, dos proyectos suman todavía un predicado más al gobierno nacional y municipal (Ciudad de Buenos Aires): la reforma pedagógica llamada Escuelas del Futuro, propuesta por el Ministerio de Educación de la Nación, y la intervención y clausura de los 29 institutos de formación docente de la Ciudad de Buenos Aires (con la excusa de formar una Universidad Pedagógica) son de una vulgaridad que provoca arcadas.

Los expertos en educación han objetado el proyecto Escuelas del Futuro con argumentos intachables (prescinde de un diagnóstico integral de la situación educativa actual, carece de perspectiva histórica y promueve una visión de progreso acrítica, no elabora un planteo sólido desde sus fundamentos pedagógico-didácticos ni epistemológicos; no ha sido discutida con los diferentes actores educativos: docentes, equipos directivos, familias, investigadores e investigadoras; asigna un lugar secundario a los conocimientos disciplinares, etc.).

Me detengo en la última característica, congruente con la disolución de los institutos superiores de formación docente de la Ciudad de Buenos Aires: el lugar secundario asignado a los conocimientos disciplinares, que el proyecto Escuelas del Futuro licúa en áreas mal diseñadas (Lengua y Literatura, por ejemplo, ocupará la misma que Educación Física), todas ellas al servicio del eje central de la reforma: la digitalización de los aprendizajes y la apuesta a la ingeniería robótica como clave de... ¿desarrollo?

En la misma dirección, la disolución de los profesorados liquida de un plumazo la formación de expertos en lectura y escritura, una de las características de las instituciones centenarias que ahora se pretende hacer desaparecer sin aviso previo y sin discusión.

Ambos proyectos no sólo están preñados de mentiras de derecha sino también de vulgaridad: ¿hay que recordar a los reformadores que el mayor lingüista del siglo XX, Noam Chomsky, realizó su carrera y sus mayores aportes a la disciplina desde el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), precisamente porque las autoridades de esa universidad sabían que no se puede desarrollar inteligencia artificial sin investigaciones de punta en el área del lenguaje?

Si quieren robots, primero necesitamos lingüistas y filólogos. Los mejores de ellos se formaron en el profesorado Joaquín V. González, por ejemplo.

Que la derecha miente es sabido desde la Revolución Francesa. La vulgaridad de la que está dando muestras entre nosotros es, sin embargo, la revelación del siglo XXI.