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La obesidad y el discurso de Macri

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La obesidad infantil ya no es solo un problema de países ricos. Se estima que de los 42 millones de niños menores de 5 años que tienen sobrepeso en el mundo, 35 millones (el 83%) vive en países de ingresos medios y bajos, y la problemática se focaliza crecientemente sobre la población pobre en general y en los menores de 18 años en particular.

“Es una pesadilla explosiva”, afirma al diario Clarín la Organización Mundial de la Salud (OMS), que suministró los datos que tomamos como referencia y surgen de la Comisión para el Fin de la Obesidad Infantil establecida en el año 2015.

Al respecto, Esteban Carmuega, presidente del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil, advierte que hay pocos estudios transversales para evaluar la evolución de la población infantil: “Nuestra impresión es que la obesidad infantil viene creciendo, haciéndose cada vez más temprana, y moviéndose de sectores más acomodados a los más pobres”.

Como se observa en el gráfico que acompaña esta columna, en los últimos 25 años la obesidad infantil en nuestro país creció un 20% promedio –un 10% entre niñas y un 30% en niños–, y según las estimaciones últimas disponibles la problemática no cede, sino que sigue su curso ascendente.

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Precisamente una curiosidad del discurso del presidente Macri en la inauguración de sesiones parlamentarias –speech ya abundantemente “analizado–, además de las falacias en los datos socioeconómicos tan burdas que no vale la pena detenerse, es la centralidad asignada a la obesidad en general y la obesidad infantil en particular.

No estaría mal en principio. Se trata de una grave adicción en avance exponencial, muy dura de sobrellevar, responsable de tantos daños físicos y psicológicos sobre los que muy pocos advierten.

La discriminación sobre los obesos es la principal incidencia según todos los estudios sobre discriminación disponibles y, sin embargo, no es tema de análisis, probablemente porque entre otros factores, sobrevuela a esta gravísima adicción la ideología espontánea  –falsa como toda ideología espontánea– de estar en presencia de un “desorden voluntario”.

Sin embargo (¡ay!) Macri también mintió sobre su supuesta “preocupación” por la, insistimos, expansión ya incontrolable en nuestro país de la obesidad infantil y la obesidad en general.

Desconoce u oculta Macri el notable anclaje socioeconómico de la enfermedad, al tiempo que impulsa un modelo que empobrece de manera profunda y probablemente por generaciones a segmentos crecientes de la población, en especial niños, condenándolos también a la obesidad como destino psicofísico sí que funesto.

Adicionalmente, muy lejos de preocuparse, se burla el Presidente de esta grave adicción y lo demuestra en público cada vez que puede.

Macri no solo no se ocupa ni preocupa por la obesidad, sino que, por el contrario, se burla de los adictos, trepado –como es habitual en estos casos– a la empalizada dorada pero siempre enjabonada de “la normalidad”.
El mundo es cada vez más redondo, el fantasma siempre regresa, lo saben todos y más aún los que dicen no saberlo.

En fin, dime de qué presumes, te diré de qué adoleces y sabiendo que habitualmente el estigmatizado estigmatiza, un ejemplo de la visión de Mauricio Macri sobre la adicción fue el increíble destrato que propició al obeso gobernador Colombi, nada menos que frente a niños de educación primaria y media, víctimas y victimarios centrales del  bullying habitual que se descarga sobre esta adicción en el ámbito escolar.

La discriminación presidencial se desplegó bajo el brutal formato de inocente humorada sobre un adicto disminuido que reaccionó ante la humillación pública a la altura de su adicción: haciendo, apenas, el payaso.

Imaginemos los efectos de un chiste público del Presidente sobre alguna  condición de enfermedad grave, física o mental, de cualquier eventual interlocutor. El presidente Macri asume una conducta pública discriminatoria y brutal; los que lo deseen vean aquí el insólito video de referencia. Antes, aparten a los niños, claro.

*Director de Consultora Equis.