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México

La costumbre de culpar a la naturaleza

México no tiembla desde ayer ni desde hace un siglo. Lo hizo siempre, antes incluso de los hombres y los países y lo hará después de ellos.

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Desastre sobre desastre. Fácil pensar en conspiraciones de órdenes mayores. Podría brindar algo de sosiego si fuera cierto. Pero lo cierto es que México no tiembla desde ayer ni desde hace un siglo. Lo hizo siempre, antes incluso de los hombres y los países y lo hará después de ellos. Una sección del fondo del Pacífico de dimensiones continentales, y espesor de 150 kilómetros, subduce desde hace millones de años a cinco centímetros por año, bajo otra más grande que toda Norteamérica. Su descenso al manto incandescente no es constante. Hay fricción, tensión y trabas entre capas rocosas en el borde de las placas, que se liberan súbitamente en forma de terremotos y eventuales erupciones alimentadas por la roca del fondo oceánico que se funde al ingresar al manto.

Si la historia geológica fuera un día de 24 horas, el hombre nacería a las 23.58. Nuestras representaciones unen distorsivamente en el tiempo de la historia humana terremotos y erupciones que ocurren en millones de años, y que gota a gota forman cordilleras como los Andes. Deducimos lo que hay debajo, la tecnología no nos deja ir más allá de la cáscara. Así y todo, podemos cercar predicciones de terremotos a un siglo.

Un avance sí se advierte en que el fenómeno se expresa en millones de años. Las escalas chocan: tiempo social versus natural. Imposible evacuar durante cien años una ciudad. Pero ¿necesitamos tal precisión predictiva, o esa búsqueda es errada? La respuesta la dio la vulnerabilidad social que tornó una situación de alto riesgo natural en desastre. Un evento de 8 Richter puede ser sólo un susto. Lo que lo separa de la tragedia no es una delgada línea, sino gruesos trazos con los que la furia divina o natural tiene poco que ver. Ciudad de México yace sobre el lecho seco de lo que fue el antiguo lago de Tenochtitlán. Su roca madre, un tembladeral arenoso al que le bastó un epicentro tan lejano como los 300 km que lo separan de Guadalajara para que se precipitara sobre sí misma como un castillo de naipes en el 85. Lo que se ve hoy evidencia poco avance.

Las TICs mejoraron comunicaciones, eficientizan las búsquedas, mapean e indican áreas-trampa, calles y edificios a evitar. Alarmas conectadas a sismógrafos y alertas tempranas que salvaron vidas. Expertise masivo, gentileza de la inclusión de protocolos de seguridad a la currícula.

Estructuras antisísmicas, pero la mayoría antiguas que, al no reforzarse, resultaron poco para un “afloje” de 8 y una estocada final de 7,1. El filósofo Slavoj Žižek sostiene que los últimos desastres acaecidos son un emergente de algo mayor; el neoliberalismo en su búsqueda frenética del beneficio generará la crisis terminal de la naturaleza.

Exagera en la visión futura, pero acierta en las causas que cierran la brecha entre el riesgo y el desastre. La retracción del Estado bajo tal sistema en los países en desarrollo ha reducido a nada su intervención en el proceso de acceso de la sociedad al territorio. La ha “puesto” en el camino del daño. La manifestación geográfica del conflicto social es una organización informal del espacio donde no existen códigos edilicios básicos, menos aun antisísmicos, algo que en el caso del DF alcanza una cifra estratosférica, 40% de la población.

En Oaxaca y Chiapas rurales, la baja densidad poblacional y su lejanía del foco impidieron la calamidad bíblica. El impacto, segmentado: escuelas y hospitales públicos fuera de estándar, flojos de papeles y de estructura, que en el polarizado país azteca se visten de pobres cada día. Cuando la planificación territorial se niega o diluye en un océano de corrupción, los hombres son involuntariamente arrojados a un estadio primitivo que sólo la tragedia visibiliza en medio del glamour ficticio de la modernidad líquida. Lo sabemos los argentinos toda vez que nos inundamos. Lo saben aun mejor nuestros hermanos del norte con sus enormes corazones tan necesarios pero que hoy no bastan

*Profesor y Licenciado en Geografía UBA. Magíster, UNY.