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Ganas de leer

Me gustaría leer un libro sobre el ascenso y la caída de Verón como metáfora de un cierto imaginario de intelectual argentino.

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Cada tanto me vienen ganas de leer libros que no existen. Uno de esos libros es una biografía intelectual de Eliseo Verón. Verón, ya de joven, en la Facultad de Filosofía y Letras ejerció una notable influencia sobre sus pares, a la vez que se convirtió muy rápidamente en un modernizador de los debates intelectuales vernáculos, como receptor, de un lado, del pensamiento de Merleau-Ponty, y del otro, algo después, de la naciente semiología, disciplina hoy algo olvidada pero crucial en los años 60. Ya en Francia, pasó su doctorado dirigido por Lévi-Strauss (de quien tradujo Antropología estructural, condición que Lévi-Strauss le impuso a Eudeba para aceptar firmar contrato), se relacionó estrechamente con Umberto Eco y con los cientistas sociales franceses más destacados, lo que lo llevó a integrar el consejo de dirección de Communications, revista dirigida por Edgar Morin (su punto más alto lo alcanzó al participar en el Nº 15, de 1970, dedicado a L’analyse des images, número que fue traducido en forma de libro a múltiples idiomas, en el que además del suyo, había artículos de Eco, Barthes, Christian Metz, etc.). Dirigió colecciones en editoriales prestigiosas aquí y allá, y en los 70, la revista LENGUAjes, en Buenos Aires, que tenía un evidente aire a Communications. Luego vino su interés en Pierce y en el análisis de los medios. Más tarde, la política y las estrategias de comunicación. Ocupó un lugar secundario en la campaña de Mitterrand de 1981 y uno más destacado en el grupo de sociólogos y politólogos que trabajaron con Alfonsín a partir de 1983. Pero algo fue ocurriéndole poco a poco, un desgaste tal vez, el agotamiento teórico en el que fue ingresando el análisis del discurso y la semiología, o también la tentación del dinero, o quizá todo a la vez. Lo cierto es que Verón fue alejándose del campo intelectual serio, y después de haber sido el único intelectual argentino con proyección internacional real (el siguiente sería Laclau) se dedicó a trabajar en consultoras de opinión pública (generalmente buscando algún socio capitalista), para clientes grandes (el correo francés, el Grupo Clarín, en el momento en que dejó de ser sólo un diario y pasó a ser un grupo de medios y negocios de todo tipo). En plenos 90 llegó a tener un coqueteo con Cavallo, que no prosperó. Luego, siempre en consultoras, con clientes cada vez más chicos, ya sin reconocimiento académico ni presencia internacional. Murió sin un peso –fracasó como intelectual, fracasó como consultor– escribiendo columnas como ésta, en este mismo diario.

Me gustaría leer un libro sobre el ascenso y la caída de Verón como metáfora de un cierto imaginario de intelectual argentino. Pero también del ascenso y la caída de la semiología como disciplina “científica”, para terminar en la asesoría de los grandes grupos mediáticos disciplinadores del sentido común. Entretanto, escribió un libro extraordinario –Efectos de agenda– y algunos textos que aún son de referencia ineludible. Hay en Verón un enigma evidente e irresuelto. El hombre que, en nombre de la “ciencia social”, aborrecía la figura del “intelectual”, terminó encarnando, como nadie, el drama del intelectual argentino. Verón, para mí, es sinónimo de tragedia. Si alguien tiene ganas de escribir ese libro, sepan que seguramente no tendrá muchos lectores, pero al menos sí uno, y muy entusiasta.