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Fuegos de artificio

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Hy. La división profunda pasa por el tipo de sociedad en la que se quiere vivir. | Pablo Cuarterolo
El tema de la reforma previsional vino a sacudir la tranquilidad relativa de un diciembre que se mostraba atípico. La clase política, los movimientos sociales, el sindicalismo y la sociedad toda, se vieron involucrados en el debate de un tema complejo y sensible como pocos. Entre sus muchas aristas destacan: por un lado, los efectos sobre el bienestar de un grupo humano débil y desprotegido; y por otro lado, las exigencias de un ordenamiento fiscal descuidado desde hace décadas por desgobiernos que nos llevaron al estancamiento económico, la pobreza y el desasosiego. El choque entre esas dos aristas del problema convulsionó al país.

Pero las resonancias de estos acontecimientos permiten ir más allá de este problema específico para aprehender con mayor claridad los contenidos ideológicos de la grieta que divide a los argentinos. Sobre la reforma previsional se han escrito variados análisis que entregan elementos para una discusión fundada de la reforma propuesta, sin que los mismos resultaran suficientes para llegar a una conclusión clara al respecto. Menos aún para convencer a buena parte de la sociedad en cuanto a la pertinencia de afectar derechos y la capacidad de subsistencia de un grupo que se considera indefenso; como tampoco en cuanto a la decisión de empezar el ordenamiento de la economía afectando a los más vulnerables.  

En cambio poco se ha dicho respecto a cómo el cariz de estos enfrentamientos sirven para entender mejor los componentes culturales y políticos de las posiciones en pugna. En un comienzo se pensó que la grieta separaba diferentes concepciones sobre las formas de gobierno. Por un lado formas populistas con poco apego a la legalidad y a la división de poderes, con una concepción ideológica de “pueblo”, y del tipo de relación del líder con el mismo, que autorizaba el “ir por todo”. Del otro lado formas republicanas de gobierno, respeto a las minorías y una institucionalidad que limita la discrecionalidad del gobernante, el que debía ajustar su conducta al imperio de la ley.    

Hoy va quedando en claro que por detrás de esas diferencias conceptuales hay una división más profunda que pasa por el tipo de sociedad en la que se quiere vivir. Por un lado están los que quieren que nada cambie. Entre los que se destacan dirigentes políticos, sociales y sindicales que se aferran a un acuerdo corporativo a través del cual controlan la dinámica económica de nuestra sociedad; la que pese a su ineficiencia productiva alcanza para satisfacer sus privilegios al precio de sacrificar el bienestar del conjunto de la sociedad que padece desocupación, informalidad, bajos ingresos, inseguridad y un ninguneo constante por parte de un Estado tan sobredimensionado como ineficiente. Grupos dirigentes que aprovechan toda reivindicación legítima para sumarse a las revueltas con el objetivo de impedir que algo cambie.

Del otro lado de la grieta aparecen fuerzas políticas nuevas en alianza con desprendimientos de las viejas, que prometen ir removiendo gradualmente los impedimentos que obstaculizan el desarrollo económico y la modernización que nos permitiría vivir mejor, material y culturalmente, en un marco de instituciones republicanas. La sociedad votó por esta perspectiva en el 2015 y renovó su apuesta en octubre pasado, con esperanzas y con dudas.

El conflicto entre las posiciones que dividen y provocan la grieta está al rojo vivo. Es de esperar que los elegidos para implementar los cambios necesarios no defrauden a la sociedad, así como que esa sociedad sepa tener en cuenta las dificultades intrínsecas que todo cambio de fondo implica. La grieta actual divide el pasado del futuro y es necesario no dejarse engañar por fuegos de artificio.

*Sociólogo.