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un año, muchos macri

Falta un pensamiento político renovador

Hace un año escribí para PERFIL con motivo de la elección de Mauricio Macri como presidente de la Nación y de la singular situación que esa decisión ciudadana provocaba, que el gran desafío del nuevo gobierno era cultural.

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Congreso. El peronismo ha demostrado que su sed de poder sigue intacta. | telam

Hace un año escribí para PERFIL con motivo de la elección de Mauricio Macri como presidente de la Nación y de la singular situación que esa decisión ciudadana provocaba, que el gran desafío del nuevo gobierno era cultural. No le adjudicaba a ese término las misiones y funciones de la cartera del ministerio que lleva ese nombre, sino la compleja labor de construcción política de convertir los mitos en conceptos, los relatos en hechos susceptibles de diversas interpretaciones, la aceptación del disenso en un hábito social de convivencia.

La realidad del entonces nuevo gobierno nacional (el primero en la historia argentina electo en segunda vuelta electoral) era difícil porque se enfrentaba a catorce años

continuos de gobierno de un mismo partido (debe recordarse que Duhalde gobernó desde el inicio de 2002 hasta mayo de 2003, en el que entregó la presidencia a Néstor Kirchner, candidato que él había promovido) y con una impronta personalista y hegemónica del matrimonio Kirchner en sus tres presidencias sucesivas, sin precedentes desde la finalización de la última dictadura militar argentina. La debilidad parlamentaria de la coalición de gobierno también indicaba una situación muy compleja para la siempre lábil institucionalidad de nuestro país, más aún cuando los socios provienen de diferentes troncos ideológicos y comportamientos políticos.

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El Presidente asumió con una pérdida simbólica grave, pues no logró acordar con su antecesora que le transfiriera el mandato como la Constitución prescribe. Más allá de la anecdótica trifulca por la entrega de las insignias de mando, no se advirtió en el nuevo grupo gobernante la gravedad de esa maniobra tendiente a quitar por esa vía la legitimidad que el mandatario había obtenido en las urnas.

Antes de que se produjera la asunción del nuevo mandatario, los sectores más radicales del peronismo agredían esa legitimidad y entonaban estribillos comparando el nuevo gobierno con la “dictadura”, como si en la Argentina hubiera habido una sola. Esta sagaz frase acuñada por el peronismo ayuda a olvidar que los primeros golpes de Estado que engendraron las dictaduras de 1930 y 1943 contaron con la activa participación del general que fundó el movimiento.

A un año de estos hechos el Gobierno no ha demostrado advertir que su gran desafío es en el campo de lo cultural, si entendemos por ello el conjunto de valores simbólicos y prácticas de convivencia que de ellos derivan. Ni aun algunos logros obtenidos desde la óptica de su gestión han sido capitalizados para sustituir las verdades reveladas, el culto a la personalidad, la manipulación de la historia por una nueva modalidad de convivencia social y una forma diversa de percibir el ejercicio del Gobierno y las relaciones sociales.

Advierto que el gran déficit radica en la ausencia de un pensamiento político auténticamente renovador respecto de lo que se intenta sustituir, que se comunique a la población con las herramientas extraordinarias que el mundo contemporáneo brinda. La falta de previsión en áreas de importante repercusión en la vida comunitaria, los errores de discurso para presentar hechos que afectan los intereses de la sociedad, el uso de metáforas primarias para aludir a los cambios y sembrar esperanza en un país con más del 30% sumido en estado de pobreza y el otro porcentaje con muy poca paciencia para esperar cambios y logros no dibujan un paisaje donde parezca advertirse la sutil construcción del cambio que el nombre de la coalición de gobierno promete a la sociedad.

El peronismo, con los fracasos parlamentarios infligidos a la reforma política –que no puede imponerse por decreto de necesidad y urgencia porque expresamente lo prohíbe la Constitución– y la modificación

de medidas económicas impulsadas por el oficialismo, ha demostrado que su vocación de poder sigue intacta y que su paciencia para tolerar gobiernos de distinto signo es escasa. Estos hechos no son novedosos ni sorprenden a ningún superficial analista de la política argentina reciente. Sin embargo, pareciera que el Gobierno no los percibe con la gravedad que conllevan.

No usaré boletines para clasificar al Gobierno en esta asignatura porque no me parece una comparación adecuada y no quiero incurrir en el

error que señalo, pero tengo la convicción de que el desafío cultural está intacto, con el inconveniente que ha transcurrido un año sin haber producido transformaciones indispensables para la existencia de una democracia del siglo XXI.


*Profesor de Derecho Constitucional y Derechos Culturales.