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En un suplemento cultural

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Exijo demasiado? Es probable. Pero todavía aspiro a que en los suplementos culturales de los diarios se escriba de otro modo que en el resto de las secciones. Que se escriba mejor. De un modo más inteligente. Sin caer en lugares comunes (no soporto las reseñas en las que se elogia “la prosa tersa”, “los personajes bien construidos”, o que en el último párrafo se resuma lo dicho anteriormente introducido con frases como “en síntesis”). Que no haga de la estupidez, la trivialidad y la ignorancia su horizonte definitivo, como suele ocurrir en los medios en general. A la vez, a los suplementos culturales los salva la pobreza: al no haber (mucha) plata en juego, no hay operaciones (al menos no grandes), mentiras evidentes (al menos no grandes) ni corrupción flagrante (al menos no mucha) como ocurre diariamente en las secciones de Política y Economía (y por supuesto en los programas periodísticos de la televisión, dominados mayormente por periodistas que provienen de esas secciones). ¿Seré ingenuo? ¿Elitista? ¿Romántico? ¿Tonto? ¿Todo a la vez? No lo sé. Sé, en cambio, que cuando en un suplemento cultural encuentro un texto agudo, con estilo, con ideas, no dejo de leerlo una y otra vez, hasta guardarlo en los estantes en los que deposito esos suplementos para releerlos dentro de años.
Algo así me ocurrió con la extraordinaria entrevista de Flavia Costa a Giorgio Agamben como nota de tapa de la revista Ñ del 15/9, del diario Clarín, periódico al que los adjetivos escritos en los párrafos de más arriba le quedan evidentemente cortos. Son tres páginas cargadas de ideas profundas, que apuntan a un lector que sea eso: lector. Un lector, no un idiota. Son tantas las frases impecables (respuestas sutiles porque las preguntas también lo son) que no puedo evitar transcribir unas cuantas. Primero la cita a Flaiano: “El método, como el camino, es algo que existe de forma retrospectiva. Ennio Flaiano, uno de los escritores italianos más inteligentes del siglo XX, dijo que solo podía hacer planes para el pasado”. Luego, la cita a Guy Debord: “El dadaísmo ha querido abolir el arte sin realizarlo; y el surrealismo ha querido realizar el arte sin abolirlo”. Más tarde, algo que va en la misma dirección: “Nada es más urgente que aprender a lidiar con los espectros y con todo aquello que del pasado parece muerto, para descubrir que justamente cuando una cosa ha cumplido su tiempo, es posible extraer de ella nueva vida y nuevas verdades”. Y finalmente, una clave política: “Benjamin ha recordado muchas veces que no hay épocas de decadencia, y creo que tenía razón. Si se entiende, en cambio, la decadencia como un exceso de posibilidades con respecto a la capacidad de medirnos con ellas, entonces ciertamente la nuestra es una época de decadencia. Nicola Chiaromonte ha escrito que la nuestra no es una época de fe ni tampoco de incredulidad, sino de mala fe, es decir, de creencias mantenidas por la fuerza, en ausencia de otras genuinas. Hoy eso se ha vuelto tan evidente que ninguna creencia se mantiene, excepto, tal vez, la creencia en el dinero, que como es sabido no es otra cosa que la forma pura del crédito desvinculada de cualquier contenido (aquí es bueno recordar que ‘crédito’ proviene de ‘creer’). En esta pérdida de fe todo podría volverse posible y, sin embargo, por ahora las posibilidades permanecen inexploradas”.