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econOMISTA DE LA SEMANA

Emprendedores y regiones: motores de desarrollo

No hay una manera única de enfrentar las grandes revoluciones tecnológicas y productivas en nuestro mundo globalizado y cambiante, pero podemos aprender de las historias de éxito y fracaso del pasado.

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Acabo de terminar de leer El desmoronamiento, la crónica sobre los últimos “treinta años de declive americano” de George Packer. Teniendo como modelo la trilogía de Estados Unidos de John Dos Passos, nos presenta las historias de muchos norteamericanos, algunos más famosos para el gran público que otros, para contarnos estos particulares años que se vivieron en la primera potencia del mundo. Nos habla de la gente de Wall Street y de Silicon Valley y de los del mundo del poder de Washington y de la Tampa de la especulación inmobiliaria. También cuenta las grandes historias de pequeños empresarios de los Estados Unidos profundos, del que sufrió las consecuencias del cambio de perfil productivo en el sur del país, en la región del Piedmont, entre los Apalaches y la zona costera atlántica, y de los sufridos trabajadores del denominado Cinturón del Oxido, en el nordeste.

Dean Price es un pequeño empresario de Carolina de Norte. Esa zona del Piedmont se especializaba en plantación de tabaco, textil y muebles. A finales de los 90 la industria textil comenzó a sufrir las consecuencias del Nafta, las fábricas de muebles las importaciones chinas y la industria del tabaco las regulaciones de salud. Dean regresó a su región, a los 34 años, en 1997, luego de una experiencia en Pensylvania en una gran empresa, y se dedicó a levantar zonas de servicios para camiones (tienda 24 horas, restaurante de comida rápida y una gasolinera con descuentos). El abrupto incremento del precio del petróleo en 2005 por el huracán Katrina y la amenaza de combustible barato que implicaba la instalación de Wal Mart en la región lo llevaron a rediseñar su negocio. Con unos socios puso una procesadora de biodiésel que alimentaban con la canola que compraban a los productores locales y que vendían al área de servicio del propio Dean. Esa fue la primera área de servicios de biodiésel de Estados Unidos. La caída del nivel de actividad por la gran recesión de 2008 y desmanejos empresariales internos llevaron a la quiebra y posterior venta del área de servicios y la cadena nacional volvió al combustible fósil. En 2012, con otro socio y con el apoyo de las autoridades del condado de Pitt en Carolina del Norte, propuso recoger el aceite usado de los restaurantes y reciclarlo para transformarlo en biodiésel en procesadoras, entregando la mitad del beneficio a las escuelas para sus gastos y alimentar sus autobuses escolares. Dean espera ahora poder construir una refinería para elaborar biodiésel y convencer a los agricultores de que cultiven canola.

La historia de Dean, como muchas de las que Parker nos cuenta, dejan flotando muchas preguntas para los interesados en el desarrollo, el papel de los empresarios y las políticas públicas. ¿Cómo se pueden administrar cambios tan abruptos de perfil productivo en una región determinada? ¿Cómo facilitar la búsqueda de nuevas oportunidades por parte de los empresarios? ¿Cómo el Estado nacional y los gobiernos locales pueden ayudar a que estos cambios no generen disrupción social y económica? ¿Se debe intervenir para dar lugar a nuevas actividades económicas sustentables y que permitan el equilibrio social?

La lectura de estos casos nos llama la atención sobre el hecho de que la vida económica transcurre en espacios locales, regionales y nacionales, y es justamente esa dimensión la que los economistas, y también la clase política, fueron perdiendo como foco de acción y gestión en las últimas décadas. Mientras nos mostrábamos conformes mirando los indicadores que nos señalaban que el mundo a nivel de los países se hacía más equilibrado y menos desigual, a nivel interno las diferencias entre ricos y pobres se profundizaban como nunca antes, en particular en los países desarrollados.

Tal vez algunas de las respuestas a las preguntas que nos planteamos se encuentren en la filosofía de política pública que subyace tras la estrategia de especialización inteligente (smart especialization strategy) que la Comisión Europea puso en marcha en el marco de su política de cohesión. Esas estrategias ponen el territorio y sus actores en el centro del proceso de desarrollo y requieren que las políticas tomen en cuenta el espacio en el que se desarrollan, su vocación, activos productivos y las bases de conocimiento. La innovación está en qué no sólo los emprendedores, sino también el gobierno, tienen que llevar adelante un proceso de descubrimiento emprendedor en el que su papel consiste en invertir, en ampliar bases de conocimiento y facilitar conexiones, proveer servicios, incentivos e infraestructura para los emprendedores y los otros actores innovadores (universidades y centros de investigación, sindicatos), habilitando cooperaciones y financiamiento de largo plazo.

Una experiencia interesante en este sentido es la del País Vasco, una de las regiones más exitosas industrialmente de España y de Europa, que recogen autores como Aranguren Querejeta, Magro Montero y Valdaliso Gagó, en la época de la reconversión industrial con el ingreso de España a la Comunidad Económica Europea entre 1980 y 1990. A contramano de lo que se planteaba en el resto del territorio español, el gobierno vasco decidió conservar los sectores industriales tradicionales vinculados al metal. Para esto concertó con el gobierno central políticas centradas en las pymes y en sus sectores de especialización. Por un lado se invirtió en reestructuración para “continuar con lo que se sabía hacer, haciéndolo bien… cambiar las fábricas, las mentalidades, los métodos, pero sin dejar los mercados”. Esta política de reestructuración fue acompañada por fomento al cambio tecnológico y a la innovación. Se invirtió en modernización de infraestructura de I+D (centros y parques tecnológicos), en I+D en las empresas y en programas transversales dirigidos a la mejora de la productividad empresarial impulsando el desarrollo y la adopción de microelectrónica y telecomunicaciones. 

Luego, entre 1991 y 1998, se aplicaron políticas de competitividad y especialización diversificada. con la novedad de la clusterización para sectores y actividades ya existentes, que se instrumentalizó a través de nuevos agentes, las asociaciones cluster que impulsaron la internacionalización, la cooperación, las actuaciones conjuntas de I+D y la calidad. El gobierno vasco también impulsó la diversificación productiva apoyando a grandes empresas vascas: ITP, Gamesa y Sener y las pymes proveedoras de metal, que habían comenzado a experimentar con nuevos materiales.

No hay una manera única de enfrentar las grandes revoluciones tecnológicas y productivas en nuestro mundo globalizado y cambiante, pero lo que podemos aprender de las historias de éxito y fracaso del pasado es que los territorios, y con ellos las alianzas público-privadas, son la clave del éxito. A veces porque permiten lograr innovaciones inimaginables sin esa cooperación, a veces porque habilitan el aprendizaje, el reemprendimiento y la reconversión. Por ello se necesitan empresarios, emprendedores y Estados con visión, ganas y capacidad de impulsar reformas.

*Economista. Asesor económico del Consejo Iberoamericano de la Productividad y Competitividad.