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SILENCIOS Y AUSENCIAS

El discurso de Mauricio Macri

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Alberto Ure sostenía que el caso de Alberto Olmedo era único ya que poseía unas capacidades innatas para la actuación que difícilmente eran alcanzables con el uso de la técnica; Peter Brook vino a Buenos Aires y con su grupo de trabajo lo intentó sin éxito. Para Ure, Olmedo dominaba tres niveles de relato simultáneos. Uno, el del personaje que interpretaba; el segundo, el propio Olmedo que cambiaba bromas con los técnicos del estudio, fuera de cuadro, pero en un diálogo al fin que la audiencia, aunque excluida, consentía; el último, el de un personaje, prescribiendo productos comerciales. Olmedo alternaba las tres conversaciones en un sketch e incluso las improvisaba al unísono y he ahí el asombro de Ure y Brook.
Este atributo del cómico rosarino es un espejo en el que se puede mirar el discurso que el presidente Mauricio Macri pronunció el pasado martes en el contexto de la crisis financiera. Digamos, entonces, que el Presidente utilizó dos niveles de ficción simultáneos: uno para el mercado (¿fuera de cuadro?) y otro para los ciudadanos, un público inoportuno que no pudo eludir. Pero hay también aquí un tercer nivel que circuló paralelo a los otros dos: el ciudadano Mauricio Macri como sujeto ausente.
Es sabido que los discursos de los mandatarios ante una cámara de televisión se hacen con la asistencia de un teleprompter, un dispositivo que permite seguir la lectura del texto a quien debe pronunciarlo. El presidente Macri no lo usó como una herramienta de apoyo: lo usó, literalmente, para leer el discurso y las pausas dramáticas no lo fueron porque las fuera administrando según la impronta emocional del texto, fueron las pausas marcadas por la extensión del texto que se lee en la pantalla del teleprompter: cuando terminaba la frase, el Presidente esperaba la siguiente. Así establecido el método, en los primeros veinte segundos reina cierto desconcierto, ya que después del saludo, planteó su compromiso de decir la verdad, hizo una pausa, y soltó con énfasis el adverbio “siempre” que quedó un par de segundos flotando en el aire porque también fue seguido por otra pausa que dio lugar a la duda de si la aseveración expresada era real o no. A continuación contó en tres etapas –cada una separada de la otra por un silencio–, primero, que se metió en política, después que se postuló a la Presidencia y finalmente aseguró que era “para trabajar todos los días”. La primera afirmación, la de meterse en política, al ser una frase aparentemente aislada causa cierta extrañeza al igual que la siguiente, postularse a presidente; el clímax, claro, lo alcanza la voluntad de “trabajar todos los días”. Nadie imagina a un jefe de Estado no asumiendo esa cualidad que por esa razón es tácita. Finalmente, llegó la explicación de la aparente deriva: “para que cada argentino pueda vivir mejor y desarrollarse plenamente”. Así, con este ritmo entrecortado, siguió hasta el final de la breve intervención y el único tramo expresado sin sobresaltos fue en el que dio la noticia, sujeto de la pieza: la charla con Lagarde.
Indudablemente quien no estaba en esta ceremonia era el propio Presidente ya que la voluntad de darle un carácter dramático al texto fue nula o fallida, pero en una circunstancia que desde esa posición no se puede permitir el error. Está claro que no quería estar allí y, en efecto, no estuvo ya que nada hizo para asistir a su personaje.
Todo puede parecer un fallo técnico pero tal como constató Peter Brook con los atributos artísticos de Olmedo, no siempre se alcanza el objetivo por ese camino. Aunque en este caso es menor y no todo se puede adjudicar a un problema de comunicación. A pesar de comenzar el Presidente su discurso afirmando que se había “metido” en política, queda claro que no lo ha hecho. Este puede que sea una de las razones por las que se vio obligado a leer este discurso.

*Escritor y periodista.