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El carnicero, el ladrón y los amantes de las encuestas

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Hace 26 años, cuando el ingeniero Santos pasó a la historia mediática, y a Menem y su revolución productiva le faltaban días para cumplir el primer año de mandato, la Argentina tenía una tasa de 17, 5 delitos cada mil habitantes. Desde entonces, la forma de combatir o reaccionar frente a hechos de inseguridad viene sumando más polemistas que ideas. Y menos resultados.

En 2008, cuando el gobierno kirchnerista decidió tapar los delitos con la misma mano con la que tantas veces tapó el sol, y dejó de medirlos, aquella tasa ya era de 33,5 delitos cada mil habitantes. Si uno quisiera suponer que el modelo inclusivo logró mantener estable esa tasa en los últimos siete años sin mediciones, se podría concluir que la cantidad de delitos por cada mil habitantes creció por lo menos un 90% en poco más de dos décadas.

Hoy, cada hecho trágico que adquiere resonancia dispara discusiones como si fueran hechos inaugurales, como si cada asalto o cada muerte fuera la primera, y con frecuencia se asiste a tomas de posición que enfervorizan y fabrican nuevas-viejas grietas.

Con el caso del carnicero Oyarzún, el presidente Macri se sumó a esa toma de posición equivocadamente.
En la búsqueda de las razones que lo llevaron a hacerlo surgen dos miradas contrapuestas. Una cree que el Presidente no internalizó del todo que desde el 10 de diciembre nada de lo que diga podrá ser a título personal y que, exagerando, ya no tiene ese derecho ni para opinar sobre quién debe ser el 9 de Boca.

Todo está teñido por su investidura y desde ese único lugar no debe opinar sobre si un detenido tiene que ser liberado o no.

Pero otros apuntan a la “encuestología” –a la que es tan afecto el Gobierno– como la responsable de una jugada con riesgos calculados y que, a conciencia y con sondeos de opinión previos en mano, decidió sintonizar con un sector de la población y pagar el precio de las críticas.

Asumir como real cualquiera de las hipótesis supondría un alto margen de error, aunque también lo supondría subestimar los movimientos políticos de Macri. De hecho, muchos de los que lo hicieron están todavía preguntándose cómo fue que les ganó.

En cualquier caso, lo cuestionable no es lo que dijo, sino que lo haya dicho.

Si el comentario fue casi una incontinencia, si se le escapó un pensamiento en voz alta, habrá que contabilizar el error político, recordarle que conduce un gobierno que se golpea el pecho diciendo que respeta la independencia de la Justicia, y no mucho más. Si eso es lo que piensa, no será lo primero ni lo último con lo que uno no va a estar de acuerdo.

Será más riesgoso si el Presidente se tienta más con acompañar la realidad antes que con modificarla, con ir acomodándose a lo que la gente quiere escuchar y opinar como en un reality, condicionado por el minuto a minuto del rating.

Si elige ese camino, es muy probable que en algún momento, en lugar de que las encuestas trabajen para él, sea él quien termine trabajando para las encuestas. Y que la tasa de delitos no deje de crecer.