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El amor como emprendimiento

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En Rojo y Negro, quizás la más famosa novela de Stendhal, su personaje principal, Julien Sorel, es republicano y ferviente admirador de Napoleón, motor de su deseo de poder y de ascensión social desde la modesta capa baja de la que proviene. El crítico y filósofo francés René Girard denominó este deseo como triangular o mimético porque se satisface siempre a través de una intermediación (el deseo de otro cuya existencia potencia el deseo personal de Sorel o bien, la posibilidad de subir posiciones en la escala social a través de las relaciones afectivas, impulsado por la potencia de la vanidad).

La ciudadana argentina Máxima Zorreguieta se casó con el príncipe Guillermo; la australiana Mary Donaldson con Federico de Dinamarca; la camarera Mette-Mariet, que acudió a un programa de televisión para conseguir pareja, acabó como esposa del príncipe Haakon Magnus de Noruega; el entrenador personal Daniel Westling, es hoy el príncipe consorte de la futura reina Victoria de Suecia; la periodista Pia Haraldsen se casó con el príncipe Guillermo de Luxemburgo; otra periodista, la española Letizia Ortiz lo hizo con el entonces príncipe de Asturias, hoy rey Felipe VI; la nadadora sudafricana Charlene Wittstock con el príncipe Alberto de Mónaco, y Kate Middleton, sin oficio conocido, con el príncipe Guillermo de Inglaterra.

Todos los que acceden desde la calle a las cortes europeas, ¿llegan allí, como diría Stendhal, empujados por la vanidad? ¿Llegan como propone Girard, a través de un deseo triangular? Sin duda es un comentario apresurado y responder a ello es aventurar un juicio sobre una decisión privada a pesar de su relación con lo público. Pero lo que no parece presentar demasiada opacidad es la actitud de los nobles que en todos los casos parece remitir al amor. Aunque también cabría la hipótesis inversa y considerar que la pulsión de ellos podría ser la de ocupar también un espacio fuera de la corte.

La globalización ha disuelto todas las certezas y creencias que configuraban el gran relato social previo a la caída del Muro de Berlín. La fragilidad se ha instaurado en nuestras vidas. No sólo la estabilidad laboral y el lugar que ocupamos en el mapa de la sociedad es totalmente inestable, también la geografía íntima de nuestra experiencia sentimental está sometida a accidentes y movimientos permanentes.
El amor, en una economía de mercado, se ha convertido en una mercancía más y su posesión nos genera cierta seguridad transitoria. Caídos todos los relatos sociales colectivos en virtud del pragmatismo económico, lo contingente se vive como una resistencia y una defensa extrema de lo que se ha conseguido acumular. Las posibilidades de conquista de espacios laborales en los que la vocación encuentre un cauce satisfactorio y la retribución sea acorde con el esfuerzo invertido se han convertido en nuevas formas de la utopía en la que muy pocos creen. En este escenario y bajo el encuadre de un individualismo extremo, una salida posible es la del amor, algo que parece al alcance de cada uno de nosotros, pero que parte de una anomalía: se entiende el amor como salida individual olvidando a priori que para su concreción, al menos en la versión básica, se necesita el concurso de dos personas.   

Todo es posible en el terreno sentimental, la relación se ha vuelto volátil. Se presenta al amor con la misma retórica del mercado, como éste se supone que está abierto a todas las inquietudes, que es absolutamente equitativo en la oferta de oportunidades y que las puertas se abrirán o se cerrarán según la actitud, el talento y el esfuerzo que se ponga en cada emprendimiento. No hay una degradación del trabajo, dice el discurso oficial, hay una incapacidad de adaptación, una reticencia a la liquidez laboral y profesional en cada fracaso. Con el amor pasa algo parecido. Asistimos a la caída total de prejuicios y vamos convirtiendo en palimpsestos nuestros cuerpos y nuestras propias vidas, cuyas superficies van acumulando, como si se tratara de emprendimientos, una relación encima de la otra. Pareciera que el amor, como el dinero, no dura, se gasta y desaparece.
*Escritor y periodista.