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macrismo en el poder

Edad de niño, responsabilidad de adulto

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Con sólo llegar a la adolescencia partidaria el PRO debe enfrentar problemas, ya no de la juventud sino de la más mal llevada madurez. Debe asumir una etapa para la que, sin dudas, no estaba preparado. En una muy pequeña proporción, su organización cobija alianzas que han aportado políticos con experiencia, pero la realidad es que muchos de sus militantes experimentan hoy su desvirgue en la gestión a gran escala teniendo que asumir funciones en áreas administrativas nacionales por primera vez. Peor aún, desde el sector corporativo se pliegan a sus filas funcionarios cercanos en términos ideológicos o a los dirigentes sin haber tenido experiencia en ningún nivel de la administración pública nunca, y rápidamente, ojalá, deben aprender a convivir con peces gordos de la burocracia. Finalmente los más antiguos tuvieron que repartirse en las trincheras de un territorio extenso cargando municiones y esquivando las balas sin respiro. A esta escasez de recursos para enfrentar una gestión con sobrepeso se suman las elecciones del año próximo, que van a demandar candidatos con algún nombre posicionado en la opinión pública dado que todo el arco político opositor irá por la recuperación de los votos que se ha llevado este adolescente impertinente. No obstante, genera asombro cómo el PRO, con todas las dificultades del entorno, ha demostrado ser un espacio con suficientes reflejos sumados a una interesante producción de cuadros propios que dejaría comprendidas sus dificultades más como problemas de crecimiento que como una restricción insuperable. Esto sucede porque, tal vez, el partido que lidera Mauricio Macri es un espacio que ha venido para quedarse, porque pareciera que está representando valores con los que algunas personas en nuestra sociedad se identifican profundamente.

Mirado de esta manera, podemos suponer que el PRO ha pegado un salto de proporciones enormes e imaginarnos que se encuentra resignificando la derecha argentina. Si esto es así, y más allá del rechazo o la adhesión que provoque, su estirón, sin dudas, puede representar un cambio en la enrulada realidad política argentina. Porque podríamos pensarlo como un nuevo actor cuya presencia beneficiaría, en primer lugar, al sistema de partidos dentro del cual dos de sus protagonistas se han apropiado de toda la armonía ideológica exhibiendo según la oportunidad a un Alfonsín o De la Rúa, a un Menem o un D’Elía.

Si el PRO termina su ciclo de maduración apropiándose de las propuestas alineadas a una cosmovisión asociada al individuo, al mercado, hoy utilizado indistintamente por el PJ y la UCR, impulsará un reacomodamiento histórico eyectando hacia la izquierda lo que quizás nunca debió moverse de allí y obligaría a los dos partidos tradicionales, sobreexpandidos en términos ideológicos, a desprenderse de ese perfil y a disputar la centroizquierda o el progresismo. Pero ya no todo. Esto podría pensarse como un interesante y saludable rearmado porque representar todo hace desaparecer las plataformas y genera mediocridad, excesivo pragmatismo, abuso de la oportunidad y personalismo.

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La consolidación del PRO ayudaría a direccionar las preferencias no sólo hacia personas sino que introduciría los “valores” como elemento de consideración. Los debates tendrían un marco ideológico hoy inexistente, con excepción de la experiencia kirchnerista. Así, la frase “la gente vota a personas”, tan exhibida por analistas políticos, contaría con un ingrediente de lo más saludable dentro de la estructura y podría ser reemplazada por “la gente vota ideas y personas que las encarnen”.

Con la vitalidad, la inexperiencia y la torpeza adolescente, quizás el PRO pueda contribuir con una dosis de racionalidad al sistema de partidos en Argentina. Una hipótesis para pensar escenarios positivos que intenta, además, mostrar la posible relevancia de esta nueva experiencia por la que estamos atravesando.

*Politóloga.