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OMC

Cumbre borrascosa

La reunión internacional pasó con magro resultado. El Gobierno habla del diálogo más de lo que lo ejerce.

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IWO JIMA DE LA TERCERA EDAD. | Dibujo: Pablo Temes

Cuando el presidente Macri criticó a los que persiguen la “primacía del interés nacional” durante la apertura de la 11ª Cumbre Ministerial de la Organización Mundial del Comercio, en Buenos Aires, le dejó la pelota picando al economista Dani Rofdrik, tal vez el experto más importante en temas de globalización y comercio internacional, quien aseguró que esa era “exactamente la forma incorrecta de responder a Trump, ya que reforzaba el mensaje de que el libre comercio y la OMC no son en el interés nacional”.

La OMC es la expresión cumbre del lamentable pero evidente fracaso del multilateralismo ingenuo, esa ilusión noventista que duró lo que un suspiro. Sus resultados, cuando existen, suelen ser como mínimo magros. El encuentro de Buenos Aires no representó una excepción. Entre las críticas poco constructivas emanadas por los Estados Unidos y los vetos de otros países, los acuerdos alcanzados no resultaron particularmente sustantivos: apenas algunos aspectos sobre subsidios pesqueros, la extensión de la práctica de no imponer aranceles aduaneros a las transmisiones electrónicas por otros dos años, una mesa de trabajo conjunto sobre comercio electrónico (a la que adhirieron setenta países) y la creación del grupo Amigos de las Minipymes (suscripto por 87 naciones). Temas esenciales de la agenda quedaron una vez más postergados.

Certeza. En un solo aspecto esta cumbre no dejó dudas: el organismo es incapaz de regular el comercio mundial. El representante comercial estadounidense Robert Lighthizer dejó en claro que su país promoverá en el futuro negociaciones entre grupos más pequeños de países “afines” por sobre un entramado amplio de acuerdos de alcance global. La comisaria de Comercio de la Unión Europea Cecilia Malmstrom se lamentó de la ausencia de resultados multilaterales. El requerimiento de que los acuerdos deban tener el consentimiento unánime de los 164 países miembros hace que la OMC no pueda operar en el mundo de hoy. La fragmentación territorial, la desintegración de los consensos internacionales y la licuación del poder hegemónico norteamericano dan lugar a una dinámica de mayor regionalización, bilateralización y hasta incluso aislamiento. En un espejo anticipatorio de lo que podría verse en la cumbre del G20 el año que viene, Macri debería tomar nota de que el mundo ideal al que pretende integrarse solo existe en sus anacrónicas fantasías.

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Los diagnósticos voluntaristas e ingenuos del Gobierno no se limitan solamente a la cuestión internacional. Los lamentables acontecimientos de esta semana ponen de manifiesto que se trata de una característica típica de esta administración. En particular, sorprende la superficialidad con la que se elaboran las estrategias de acción en materia legislativa, que tienden a menospreciar el papel de la política y a suponer que el variopinto conjunto de actores políticos y sociales que componen el folclore nacional habrá de avenirse por algún motivo no explícito a la voluntad del Presidente. La política argentina es absolutamente disfuncional hace décadas, constituye el principal motivo por el cual el país se estancó en un contexto global en el que casi todos los países del planeta están algo, mucho o muchísimo mejor. Eso no se arregla con gestión, redes sociales, timbreos ni gradualismo. Fue lo que emanó del duro discurso del diputado Nicolás Massot el martes pasado en el plenario de la comisión que discutió el proyecto de reforma del sistema previsional. Significó el fin de la política nice, del discurso pecho frío que negaba el conflicto e intentaba despolitizar la acción del Gobierno “para que los ciudadanos no se desanimen”.

Medio término. Dos años después de iniciada la gestión, Macri y su equipo no terminan de dimensionar el costo de no haber sido directos, sinceros y contundentes para comunicarle a la sociedad el desastre absoluto que encontraron. Tampoco pueden explicar por qué la austeridad y los esfuerzos en recortar en gasto solo se impulsaron luego de las elecciones de octubre pasado, en las que Cambiemos consolidó su poder. ¿Han privilegiado intereses políticos egoístas antes de priorizar la sustentabilidad fiscal de la nación? ¿Es eso lo que explica que el gobierno de la reparación histórica a los jubilados haya advertido recién ahora que la fórmula de cálculo para ajustar los haberes implica una bomba de tiempo?

¿Qué entiende exactamente Macri por diálogo y consensos básicos? Se ha diluido la promesa que realizó el 30 de octubre, a apenas ocho días de haber obtenido un importante apoyo en las urnas: lo único que vimos fue un acuerdo del Presidente con casi todos los gobernadores. ¿Qué hubiera ocurrido el jueves pasado si al recinto de Diputados hubieran concurrido los responsables del área previsional de la mesa de diálogo sobre los consensos básicos, incluyendo representantes de los jubilados, el defensor de la tercera edad, universidades, la Iglesia, sindicatos, empresarios y organizaciones de la sociedad civil? Si la nueva fórmula es en efecto superadora de la anterior, ¿por qué no buscar en serio un apoyo amplio y contundente de todos los actores involucrados?

Quedarán las imágenes de los hechos violentos, de la entrada fascista en la Legislatura de La Plata, de los diputados agrediéndose como si fueran barrabravas y de los barrabravas de verdad fingiendo ser defensores de los jubilados en la vía pública. Que la barbarie no tape los puntos más importantes que el Gobierno debe revisar luego de este episodio: el método de formación de consenso y la comunicación de iniciativas de políticas públicas. Acabamos de ver cómo grupos irrelevantes desde el punto de vista electoral o que perdieron poder de forma notable aprovechan cada una de estas oportunidades para maximizar su capacidad de influir en la agenda, casi siempre a través de actos que pueden calificarse como “lamentables”.

El Gobierno debe diseñar las medidas para evitarlo. ¿Cómo? A través del prometido diálogo. Una discusión franca y abierta minimiza los riesgos (no los evita porque las prácticas de la vieja política, esa que llevó al país al fracaso, están muy enraizadas en la cultura nacional). Si todo el arco político y social está de acuerdo en que para iniciar el plan de desarrollo estratégico del país el primer paso es resolver un sistema previsional quebrado, es posible que podamos caminarlo. Negar la política es, de cierta manera, dar espacio a la vieja política para que siga operando. Es hora de cambiar la orientación y de hacer política. En serio.