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Cuántos chinos

El tema de Dios es rojo son los cristianos en China que luchan para sobrevivir a un régimen que los persiguió después de la Revolución.

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En mi pueblo, tres de los cuatro supermercados son chinos. Vemos chinos todos los días, pero poco nos enteramos de sus vidas. Sé de alguna película sobre chinos en la Argentina, aunque no conozco literatura sobre el tema. Tampoco sabemos mucho de los chinos en China. Para acercarme un poco a los chinos del súper, en estos días leí dos libros sobre los chinos de allá.

El primero se llama Dios es rojo (Sexto Piso) y el autor es Liao Yiwu, de quien hace unos años comenté aquí una crónica fascinante, El paseante de cadáveres, una colección de relatos sobre los rincones más oscuros del país y sus personajes más pobres, más alejados del radar del Partido y del mundo moderno. Dios es rojo no es un libro tan potente, tal vez porque es demasiado piadoso. Su tema son los cristianos en China, su lucha para sobrevivir a un régimen hostil que los persiguió ferozmente después de la Revolución, casi los extermina durante la Revolución Cultural y terminó por cooptarlos mediante una iglesia oficial que reúne a católicos y protestantes bajo la supervisión y el espionaje del Partido Comunista. Dios es rojo habla de los que abjuran de ella y practican un cristianismo doméstico e ilegal como el de las catacumbas. El cristianismo fue muy importante en China a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando los misioneros representaron también la llegada de la medicina moderna. Hoy, la medicina sigue ocupando un lugar. Muchos curas y pastores son médicos y les toca hacer frente a situaciones como ésta: “Tengo un cáncer, que se ha extendido. Cirugía, radioterapia, quimioterapia... eso costaría al menos veinte mil yuanes. Arreglo ropa, un yuan por arreglar un agujero o coser un botón. No tenemos dinero. Ni siquiera conozco un lugar donde me lo puedan prestar. Y aunque consiguiera que me prestaran el dinero para alargar un poco mi vida, mi familia tardaría generaciones en pagarlo. Soy chino y nací en una zona pobre. No puedo hacer nada”. Es cierto que este hombre tampoco podría hacer mucho en Trumplandia, o en tantas otras partes. Pero no deja de ser terrible, y las historias de Dios es rojo recorren esa realidad.

El invisible, de Ge Fei (Adriana Hidalgo), trae en la contratapa un largo texto de Enrique Vila-Matas, quien califica al autor como “uno de los escritores más radicalmente literarios del Oriente”. No sé cuántos escritores orientales conoce Vila-Matas, pero ser admirador de Borges no alcanza para semejante título. De todos modos, El invisible tiene lo suyo. El protagonista es un fabricante de equipos de audio y, aunque es de los mejores en lo suyo, no le alcanza para evitar el desamparo en la China capitalista-comunista. Su entorno familiar y afectivo, además, es de una sordidez y una ferocidad propias de una novela de Balzac. Pero un mafioso temible como Fu Manchú y una mujer miliunanochesca con la cara tapada le aportan a la historia una fantasía inesperada. Si alguien queda mal en el libro son los intelectuales. “Mi experiencia en tratar con profesores universitarios me había enseñado a que todas las personas con cierto saber tienen una facilidad increíble para hacerte sentir una basura”. En el último párrafo, el protagonista sugiere que si uno no es uno de ellos, puede descubrir que “la vida es una cosa muy bella”. Tampoco es para tanto.