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Cultura emprendedora

Crecer con los fracasos

La mayoría de los emprendedores argentinos, que en promedio rondan los 40 años, empezó a soñar en grande cuando arañaban los 20.

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La mayoría de los emprendedores argentinos, que en promedio rondan los 40 años, empezó a soñar en grande cuando arañaban los 20. Nada les fue fácil. Pero ni siquiera los verdaderos ciclones económicos y políticos que debieron enfrentar en estas dos décadas desviaron su rumbo. Muchos de ellos asomaron la cabeza a fines de los 90 del siglo pasado, cuando surgían en el mundo las novedosas puntocom, las compañías de internet. Como en el reino del revés, parecía que solo los jóvenes sin trayectoria ni experiencia entendían la revolución digital en marcha. En pocos años, estas insólitas empresas valían centenares o miles de millones de dólares. Amazon, por caso, la primera librería en línea, salió a cotizar en Wall Street en 1997 por un valor de 400 millones de dólares. Su facturación anual era de apenas 16 millones y perdía muchísimo más. Las cuentas no cerraban por ningún lado. Pero, claro, si uno hubiera invertido 10 mil dólares en acciones de Amazon en ese momento, ahora tendría… ¡¡cinco millones de dólares!! Su fundador, Jeff Bezos, es uno de los ocho hombres más ricos e influyentes del mundo.

A fines de los años 90, la fantasía de hacerse millonario de la noche a la mañana desató una fiebre puntocom planetaria que también llegó a la Argentina. Señores canosos de traje y corbata apostaban cifras descomunales sin realmente entender qué se proponían los jóvenes que llegaban a las reuniones de negocios en remera y zapatillas.

Muchos argentinos empezaron a recibir ofertas millonarias por proyectos que eran apenas una idea y algunos números en un PowerPoint. Pero el 10 de marzo de 2000 la fiesta súbitamente terminó, cuando explotó la burbuja de internet en Wall Street. Ese día las acciones tecnológicas se derrumbaron como castillos en el aire. La mayoría de los emprendedores vio cómo sus emprendimientos se estrellaban por la huida de los financistas. (...)

La gran paradoja de los emprendedores argentinos es que surgieron y se consolidaron en un país que fracasaba. En un contexto tan adverso, lo razonable hubiera sido no innovar, no hacer inversiones de largo plazo y esperar “hasta que aclare”. Es lo que hizo la mayoría de las grandes empresas locales. Pero estos jóvenes no se achicaron. Al contrario, se hicieron globales a la fuerza. “Los argentinos adquirieron una gran resiliencia por desenvolverse en un entorno tan negativo. Fue el caldo de cultivo perfecto para convertirlos en emprendedores de primera. También aprovecharon que la Argentina siempre tuvo buenos científicos y mejor educación”, sostiene Susana García Robles, una especialista argentina que lidera los programas de inversiones de capital semilla y capital emprendedor del Fondo Multilateral de Inversiones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para América Latina y el Caribe. “Hace unos años le pedimos a The Economist que hiciera un ranking del ambiente para inversiones de capital de riesgo en distintos países de la región. Obviamente, la Argentina estaba siempre pésimamente rankeada, y Chile siempre número uno”, comenta durante una entrevista en la sede del BID en Washington.

Analizando cada país, García Robles señala: “Como Brasil es tan grande, durante mucho tiempo sus emprendedores solo pensaron en proyectos nacionales, tardaron más en internacionalizarse. En México, el otro gran mercado, la cultura es muy jerárquica, por eso a los emprendedores les costó hacerse oír. Chile tiene las mejores políticas públicas pero sus emprendedores no tienden a asumir grandes riesgos, les cuesta sacudir el bote”, sostiene.

Colombia también tiene políticas activas excelentes para incentivar el emprendedorismo, pero prevalece una visión localista. “El emprendedor colombiano es superresponsable, pero le cuesta pensar en grande”, explica. “O sea, para ellos escalar es: ‘Desarrollé algo en Barranquilla y me voy a Bucaramanga’. Cuando les pregunto: ‘¿Esto es para el mundo?’, responden: ‘No, esto es colombiano, para Colombia’. En cambio, como el argentino se sentía con un chaleco de fuerza, fue natural esa explosión hacia fuera”. Esta experta en inversiones de riesgo opina que los argentinos son más agresivos, demuestran más confianza en sí mismos y en general son más abiertos para trabajar y armar equipos con personas de distintos países y culturas. “Fue como una diáspora de talento, justamente por el entorno que tenían”, concluye. (...)

La cultura emprendedora también se distingue por su particular relación con el fracaso. En lugar de ser algo vergonzante y que haya que ocultar, los emprendedores suelen comentar sus errores y traspiés en público. Están convencidos de que los reveses y las caídas (que todos tenemos, sostienen) son lecciones que enseñan y fortalecen. Los argentinos de esta generación parecen haber sido templados para hacer del fracaso colectivo una virtud. En lugar de descorazonarse ante un entorno lleno de vicisitudes, se hicieron más creativos y desafiantes. Es lo que señala Andy Tsao, directivo del Silicon Valley Bank de Palo Alto, un financista que tiene una visión panorámica de las inversiones en innovación. Durante una entrevista en sus oficinas nos dijo: “Mercado Libre es la compañía más impresionante que emergió de América Latina. Los argentinos tienen más potencial que sus pares de la región, por esa tormenta perfecta entre una buena educación y un ambiente complicado que los empuja a ser creativos y a salir al mundo para progresar. No hay muchos Marcos Galperin (Mercado Libre) o Martín Migoya (Globant) en la región”. (...)

Se llaman emprendedores porque no quieren que se los asocie a las fortunas amasadas al calor del Estado, los mercados cerrados y el intercambio de favores entre funcionarios y empresarios. Por el tamaño de sus compañías, algunos ya son la cara visible de una nueva dirigencia empresarial.

*Autoras de Argentina innovadora, editorial Sudamericana.