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Catálogos de olvidos

Especies de muertos vivos, allí se encarna lo más interesante de la literatura: el momento en que un libro se vuelve fantasma.

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Algunos coleccionan libros, yo catálogos. El catálogo de una editorial –cada vez más en crisis en formato papel, en pleno auge de lo digital– cumple varias funciones: sirve de presentación comercial de los libros, de puesta en escena del fondo editorial, de posicionamiento de imagen de una casa editora, a veces incluso de autohomenaje. Son todo eso, pero para mí son también algo más: leídos cierto tiempo después son testimonio de un fracaso (o de varios). La prueba de libros que ya nadie recuerda, de autores olvidados, de textos que quedaron perdidos en la historia. Son como lápidas del mercado editorial. Especies de muertos vivos (vivos en las librerías de viejos, en las bibliotecas privadas, en la memoria de unos pocos), allí se encarna lo más interesante de la literatura: el momento en que un libro se vuelve fantasma. Espectro de una expectativa que nunca se cumplió. Nada en el mundo de los libros me es más cercano que ese vacío, que esa decepción, que es inherente en mí a la literatura, a la lectura, e incluso a la escritura.

Mis estantes están llenos de catálogos. Luis Chitarroni me regaló mi favorito: Catalogo General, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1950. En formato de 11 x 15 cm, de 208 páginas, se vendía al módico precio de $ 1. El prólogo anuncia que se imprimió “después de cumplirse el décimo aniversario de la editorial” (faltaba todavía más de medio siglo para que Sudamericana se vendiera y pasara a ser un sello –de goma– de una multinacional). Entre los autores incluidos aparecen nombres que nos son cercanos como Virginia Woolf, William Faulkner, Julien Green o Evelyn Waugh, pero también otros perdidos en el abandono, como O.E. Rölvaag, P. Marois o Edna Ferber (que tuvo su momento de éxito cuando su novela Gigante fue llevada al cine con James Dean). En un lugar no muy destacado –página 144– se encuentra una Antología Poética Argentina, compilada por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, con poemas de Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Fernández Moreno, entre otros (nota a mí mismo: buscar en el Borges de Bioy referencias al libro. ¿Se habrán burlado de su propia Antología?).

Más reciente, otro de mis favoritos es el catálogo de Tusquets, 1969-2009 (cuando todavía no había pasado a ser un sello –de plástico– de una multinacional). Ladrillo de 434 páginas en formato 14 cm x 21 cm, además de una impresionante información bibliográfica, contiene al menos dos hallazgos: un hermoso pliego con una selección de las mejores tapas (como la tapa troquelada de Groucho y yo, de Groucho Marx) y otro con fotos de eventos sociales, presentaciones y actos públicos (como la foto de Julio Ramón Ribeyro, cigarrillo en mano derecha y whisky en la izquierda, en la presentación de Crónica de San Gabriel y Los geniecillos dominicales, en 1989). La editorial francesa Christian Bourgois tiene dos grandes catálogos, uno por sus 20 años (1966-1986) y otros por sus 50. El primero, además de todo lo que corresponde a un catálogo, trae extractos de notas de prensa y sobre todo facsimilares de cartas a Bourgois de varios de sus autores. Abre con una de Copi, obviamente en francés, continúa con una de William Burroughs, y entre decenas de otras, hay cartas de Gombrowicz, Onetti (comienza con “Mi amiga Carmen Balcells me acaba de enviar ejemplares de mis libros…”) y Peter Handke.