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Maniobras electorales

¿Cambiemos o sigamos?

El Fútbol para Todos seguirá siendo gratis hasta después de las elecciones y, como en tiempos recientes, incluye propaganda oficial.

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Sin novedades. Posiblemente el fútbol y el transporte seguirán subsidiados. | cedoc

El Fútbol para Todos seguirá siendo gratis hasta después de las elecciones y, como en tiempos recientes, incluye propaganda oficial. El transporte seguirá subsidiado (y malo), quizás también hasta después de estas elecciones (o las de 2019, nunca se sabe). Habrá reducciones de egresos en los ministerios, por pedido presidencial, pero será en 2018, porque en 2017 hay... elecciones. Mientras tanto, el gasto público crece sin pausa a costa de los contribuyentes. Acaso se atenúen o congelen temporariamente las tarifas, pero no por el invierno, que no será muy frío este año, sino porque en octubre habrá elecciones. ¿Estas y otras medidas responden a una visión convocante para la sociedad, más allá de su efecto de marketing electoral? ¿Se insertan en un proyecto que los ciudadanos en su conjunto, con las excepciones del caso que siempre existirán, puedan sentir estimulante para participar de un propósito integrador, en el que lo colectivo potencie lo individual y viceversa?

Por ahora no parece haber novedades en la rutina de siempre, según la cual se gobierna para ganar elecciones y fortalecer el poder con vista al próximo escrutinio. No para consolidar una visión colectiva y avanzar hacia ella. Es decir, con ansiedad por el presente inmediato, sin coraje para mirar más allá del corto horizonte electoral. Sin inspirar una esperanza. La esperanza sólo nace de la verdad desnuda (aunque no sea seductora) y en ella se cimienta. Eso la diferencia del optimismo banal. Para esto se necesitan estadistas. Y por ahora no se consiguen.

Este tipo de planteo suele molestar. Se responde a él diciendo que no se le puede pedir más a un gobierno nacido hace un año y medio en un contexto de devastación moral y económica con pocos antecedentes. Que hay un clima de diálogo que no existía. Que el Congreso funciona (hasta que, de pronto, dejó de funcionar para no entorpecer planes proselitistas de uno y otro lado). Que algunas cosas marchan bien. Y que, en fin, no hay que ser cortamambo. Eso en el caso más suave. En otros, quien señala objeciones puede llegar a ser tildado de neokirchnerista. Y se vuelve así a la dinámica intolerante según la cual quien ejerce el pensamiento crítico no piensa por su cuenta sino que es manipulado o responde a intereses perversos. La intolerancia, vale recordarlo, se ve como tal cuando la expresan unos (ellos, los malos) y deja de serlo cuando la manifiestan otros (nosotros, los buenos).

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Lo cierto es que las excusas para las maniobras electoralistas y el intento de disimular viejas estratagemas que se proponen como “lo nuevo” contribuyen a pulverizar el presente, es decir, ese momento y espacio de la experiencia existencial en el que a las personas les ocurre lo que les ocurre. Venimos de un pasado tenebroso, dicen las excusas, y vamos hacia un futuro luminoso. A menos, claro, que se vote de un modo equivocado, porque no hay que olvidar que se trata de ellos o nosotros. Si esto no es una extorsión, lo parece. Y si el fútbol gratis, las tarifas manipuladas, el gasto público desbocado, el transporte subsidiado a cambio de peores servicios y de maltrato al usuario, los conflictos de intereses disimulados o no aclarados, el apaño a funcionarios sospechados, las negociaciones bajo cuerda con supuestos adversarios, la constante venta de espacios públicos (a precios a menudo cuestionables) para beneficio de pulpos inmobiliarios, la grisura en la apertura del espacio aéreo y los carpetazos que vuelan por el aire mientras los servicios de inteligencia siguen fieles a su estilo no son una versión renovada, maquillada y de guante blanco de anteriores oscuridades, por lo menos provocan un déjà-vu. Se acercan las elecciones y se reproducen conductas que llaman a la confusión: ¿la consigna era “cambiemos” o era “sigamos”?

Cabe preguntarse si el enojo de algunos ante esta duda legítima, para la cual la realidad provee argumentos, no tiene algo de relativismo moral, al que buena parte de la sociedad argentina es afecta. Si todo lo mencionado en este texto cambia tras las elecciones, sería una prueba palpable de ese relativismo emitida, entonces, desde el Gobierno.


*Escritor y periodista.