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Ahre y los emojis

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A diferencia de las palabras, que suelen tener interpretaciones más acotadas –aunque esto sea un poco mentiroso, porque el mito de la univocidad es eso, justamente, un mito: las palabras son polisémicas por naturaleza–, las expresiones admiten, en general, un campo interpretativo. O sea que se interpretan por aproximación. Y por contexto.
Por caso, cuando uno responde con la expresión “Claro” quiere decir “Estoy de acuerdo” o “Nadie dudaría de eso” o, incluso, “Lo concedo, aunque tengo mis reparos”. Entre otras posibilidades.
El problema es que, a veces, las palabras y las expresiones no nos alcanzan para decir lo que queremos decir. O quizá no nos alcanzan cuando ni siquiera sabemos muy bien qué es lo que queremos decir.
Desde hace un tiempo, los jóvenes usan la expresión “ahre” (pronunciada “ahrre”), críptica entre lo críptico para los adultos. Como toda expresión, “ahre” abre un (breve) abanico de interpretaciones que se amoldan a la circunstancia en la que es usada.
“Estoy entre pegarme un tiro y cortarme la yugular ahre”, “Ana Pérez, dónde estás diosa, mandame una señal ahre” o “Esos chicos cantando Imagine me encantan, lloro, ahre” son buenos ejemplos (tomados de las redes sociales) de ese abanico. Porque “ahre” –que va ubicado al final del segmento al que se refiere– puede indicar que lo que se acaba de decir es un chiste (como en el primer ejemplo: “Es una broma que me vaya a pegar un tiro”), que uno se animó a decir algo pero quiere mitigarlo porque le da un poco de vergüenza (como en el segundo: “Quiero seducirte, pero no quiero sonar demasiado atrevido”), o que lo que se dice es una franca ironía (como en el tercero: “Esos chicos cantan horrible”).
Vista así, la expresión “ahre” podría ponerse en línea con los emojis, esos dibujitos inventados por un japonés (Shigetaka Kurita), que se usan en los mensajes instantáneos (WhatsApp, WeChat) de los teléfonos inteligentes. Los emojis han venido –subrepticiamente– a ocupar un lugar apreciable en el discurso cotidiano. Tan así es que el diccionario Oxford eligió el emoji de la “carita que ríe hasta las lágrimas” como palabra del año 2015.
Amén de los diseños concretos –carita amarilla con trazos para la boca y los ojos, dibujo de avioncito o de torta con velitas– que suman a junio de 2017 (según la Emojipedia) más de 2.600 emojis, se recurre a ellos como una forma de reforzar lo que uno dice, de complementarlo, de incorporar humor al enunciado, de acercarse al interlocutor y, sobre todo, de construir una imagen propia descontracturada, actualizada y jovial.
Los emojis, de hecho, resultan muy útiles para condensar ideas abstractas que expresan sentimientos. Y son económicos: con una imagen (el emoji) se busca disparar una serie de interpretaciones que convienen a esa comunicación particular.
Es más: sospecho que a usted ya le ocurre lo mismo que ya me ocurre a mí. Que, a veces, termino imitando gestualmente al dibujito: mi brazo doblado con el puño en alto para significar que estoy en el camino del éxito, un corazón representado con mis dos índices y mis dos pulgares contraídos y enfrentados para decir que me gusta algo, mi aplauso repetido para señalar admiración ante un hecho banal.
Y es que, en una especie de correa de transmisión que va –a contramano de lo que pudiera pensarse– de la escritura a la oralidad, esa vaguedad o amplitud comunicacional que habilitan los emojis contagia los modos de hablar. Entonces, aparecen emojis gestuales (como los que menciono en el párrafo anterior) y tendrán que aparecer algunos verbales también.
La expresión “ahre” –he aquí la hipótesis que pretendo postular– funciona en el habla al modo de los emojis en la escritura. Y, aunque carezca de una definición determinada, suena simpática y cómplice: solo la entienden los iniciados. Esto es, los jóvenes que la usan.
Conjeturo, en conclusión, que quienes la usan la usan para decir lo que quieren decir. O, quizás, incluso, para decir algo cuando no saben demasiado bien qué es lo que quieren decir. Ahre.

*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.